Jaime Torres Torres
Nadie merece morir como Lalo Rodríguez.
Nadie merece que su cadáver sea exhibido de manera tan morbosa por el maldito afán de rating y views a través de las redes sociales y los telenoticiarios del País.
Puerto Rico y la música popular, a nivel mundial, han perdido un exponente talentoso; a uno de los Grandes e indispensables. Su familia y amigos, a un ser querido cuya dignidad es sagrada, se supone que inviolable.
A esta hora los medios sensacionalistas, incluso algunos internacionales, salivan en espera del informe del Instituto de Ciencias Forenses para conocer si murió de una sobredosis u otra causa, perdiéndose de perspectiva que el arquetipo salsero en esencia era un ser humano con luchas consigo mismo, con anhelos de superación; con no pocas veces neutralizada su voluntad por los entuertos de la contradicción del cuerpo que se descontrola por la necesidad de la próxima dosis y el alma que sufre el calvario moral de la dependencia que destruye integralmente a la persona y su espíritu.
A esta hora solo resta elevar una oración para que a su alma no le falte luz en su tránsito al más allá; para que pueda sanar, y sanen las heridas temporales que permanecen en sus seres amados que, aunque la prensa no lo reseñó, lo amaron hasta el final y lo amarán siempre.
Gente como su hermano Ricardo, como su ex esposa y compañera de casi toda la vida Wanda, como sus hijos Jeramel, José Juan, Linda y Yariel, como su amigo Francisco Pérez y otros.
Este periodista prefiere recordar a Ubaldo ‘Lalo’ Rodríguez Santos por su aportación a la cultura popular.
Nunca importó su malacrianza la tarde que coincidimos en el Hipódromo Camarero y me le acerqué para solicitarle una entrevista. Atravesaba por un momento de estrés: había perdido mucho dinero con su establo y no supo manejar la frustración.
Con la mente clara, Lalo era otra persona. Lo vi tocar fondo y cuando quiso levantar su vida con el disco “Nací para cantar” de 1994 le regalamos la composición “Entrégate” que, en un arreglo del fenecido Tommy Villariny, se convirtió en otro éxito en su carrera.
Asimismo cuando le grabamos dos horas para el programa Leyendas de Nuestra Música para Radio Universidad, donde tuvo la gentileza de compartir la audición de un disco de temas sociales inéditos que nunca alcanzó distribuir.
Nadie merece morir como Lalo.
Nadie merece que en su hora final se acuda a videos de sus altercados con la policía o de sus andanzas como vagabundo por avenidas solitarias a altas horas de la noche.
Prefiero recordarlo como un Salsero instruido por su afición a la lectura. En “Máximo Chamorro” envía un saludo a guerrilleros salseros como “Juan González”, “Manuel García” y “Cipriano Armenteros” que tuvieron como arquetipo al Che de la revolución cubana.
Prefiero recordarlo como el salsero que puso a bailar a Madrid con “Ven, devórame otra vez”, su éxito más grande y lucrativo. Prefiero recordarlo por su nominación al Grammy con Machito por el disco “Fireworks” (“Llegó lo que tú querías/Bailador llegó, llegó”) o por su disco con Tommy Olivencia, “Introducing Lalo & Simón Pérez”, en que mantuvieron La Primerísima arriba en el favor del público tras la salida de Chamaco Ramírez y temporeramente de Paquito Guzmán. También por su fronte en la “Alianza de generales” de la Puerto Rico All Stars.
Lo recuerdo porque con su fallecimiento se apaga el registro más poderoso de la salsa; que inspiró a cantantes de una tesitura parecida como Wichi Camacho, Jerry Rivera, David Pabón, Max Torres y Eddie Santiago.
Prefiero recordarlo por su Grammy con Eddie Palmieri tras grabar en 1974 y con solo 16 años, “The Sun Of Latin Music”. Un elepé trascendental porque Lalo, apodado así por Palmieri, llegaba a la orquesta en sustitución del cantante Ismael Quintana, una leyenda que parecía irreemplazable, pero el hijo de Carolina, Country Club y amigo de Sabana Abajo ocupó con altos honores “Un puesto vacante”, con otra tesitura, otro registro, otro estilo, otra estética, otro bagaje y otra personalidad artística, logrando brillar con luz propia. Y gano el Grammy en 1975 y también al año siguiente con “Unfinished Masterpiece”, su segundo elepé con Palmieri, que debía titularse “Kinkamaché”, pero inconcluso por problemas contractuales con el dueño de Coco Records, Harvey Averne y lanzado con las voces de referencia de Lalo.
Pero, en especial, prefiero celebrar su legado escuchando hasta la saciedad el espectacular, irreverente e ingenioso concepto “El Niño, el Hombre, el Soñador y el Loco”, en que en 1985, con el asesoramiento de Rafael Cortijo, los arreglos de José Pujals y como una producción independiente, se inmortalizó con el maridaje de la bomba y la plena con los sonidos sinfónicos. Y poeta de la calle al fin, con letras revolucionarias, filosóficas y desafiantes como ”Semilla de cultura”, “Zángano o bufón”, “Aristocracia” y “Libre”, Lalo se anotó otro batazo de cuatro esquinas.
Había que escuchar a Lalo, de 64 años, para comprender sus luchas, anhelos, complejos e inseguridades. Había que prestarle atención sin juzgarlo para descubrir que, en el fondo, era una gran persona, porque la educación que recibió de sus padres fue ejemplar, como durante un tiempo la modeló y siempre la han modelado sus hermanos.
Había que sentir empatía por el artista que fue dueño del registro más grandilocuente de la salsa; por el compositor en sintonía con el Pueblo que supo cantarle a la “Tristeza encantada”; al romántico que no pudo reprimir su “Deseo salvaje” y al plenero que en el tributo a Tite junto a Truco y Zaperoko dejó su ofrenda “Sobre una tumba humilde”.
Hoy la “Plena al difunto” se inspira en Lalo, a quien Cortijo le dijo que “la vista mala tumba cocos”.
Hoy prefiero recordar a Lalo, como al Niño que de amor ha tenido un poco; al Hombre, porque así lo llamaron un día; al Soñador, de ilusión y fantasía, y al Loco, de la esquizofrenia colectiva.
Descanse en paz, Lalo Rodríguez y… ¡Luz pa’ su Alma!
