Por Carlos Montalvo-Mont
Arbolista Paisajista
En las últimas semanas he tenido que acudir a curar y trasplantar algunos Seres Arbóreos Vivientes en la isla de Vieques, en la urbanización Reparto Universitario de Rio Piedras y en el municipio de Manatí, Puerto Rico.
En Vieques, unos vecinos brincaron una verja de bloques y con un taladro le realizaron más de 10 huecos en el tronco de un árbol de Quenepo introduciéndoles veneno para asesinarlo; en Río Piedras, la propietaria de una residencia taló la corona de un árbol de Moringa que estaba sembrado en el área verde de la acera y que había sido plantando por su inquilino.
El abogado, Alvin R Couto de Jesús, hace 8 días puso el grito en el cielo cuando vio que un árbol de Ceiba que tenía en un tiesto, fue cortado por un arboricida con odio premeditado. También le taló un árbol de Carambola, un roble y un Acerola.
El odio, la antipatía o el rencor hacia los árboles se sustenta en la incapacidad para entender la complejidad de la relación de los estos con nuestro paisaje. Y resulta tanto más evidente cuanto más cerca vivimos los unos de los otros.
Los árboles están siendo grandes perdedores en las decisiones de planificación como los que sigue mutilando LUMA. En demasiadas ocasiones los tienen en cuenta tan solo como un elemento más que, pueden ser eliminado sin más para, en el mejor de los casos.
Tenemos que desarraigar de nuestro pueblo este odio, inconsciente, feroz, contra los árboles. Algunas personas aborrecen los árboles con el afán de pelar el suelo; hay odio, odio a los árboles.
¿Cómo aplacar a los asesinos? Nuestra misión en este mundo es plantar un árbol. Se prefiere el sol abrasador a la dulce presencia del árbol.
El desprecio que muestran algunas personas hacia los árboles está destruyendo la convivencia entre vecinos. ¿Quién decide qué es lo que se tala y qué no? ¿Es algún técnico competente, perito o agrónomo, o se ha dejado la masacre al juicio del operario de la motosierra?
¿Y qué me dicen de las podas salvajes que practican los empleados de LUMA? ¡Más que podas son mutilaciones! Y así una y otra vez, hasta que los árboles mueran por asfixia. Las hojas son los pulmones de las plantas y nuestro filón de oxígeno; existe un odio atávico, incomprensible, al árbol.
La tala indiscriminada, la quema, el abandono, la indiferencia de sus habitantes por los árboles no tienen justificación aquí en esta isla de Borinquen; ni los habitantes ni las autoridades tienen conciencia del valor sagrado de los Seres Arbóreos Vivientes.
Los árboles son santuarios. Los árboles no pueden ser cuantificados ni medidos. El árbol se resiste con todo su ser a ser convertido en mera cifra, en chip , y se yergue, orgulloso de tener las raíces en la tierra profunda y de alzar su copa al cielo.
Nosotros debiéramos aprender de ellos la relación con la tierra, con las raíces, con el humus de donde venimos y también con el cielo. Cada árbol que talas es una escalera al cielo que derribas.
Es un estado de aturdimiento e inconsciencia.
