Por Antonio R. Camacho
Nadie celebra el día de la esclavitud, como tampoco nadie celebra el día de su muerte.
¿Quién en su sano juicio celebra el día en que su patria fue invadida y enmascara semejante ignominia como un día glorioso? Alguien que tenga meridianamente clara la historia de la humanidad y, por ende, el significado de la dignidad nacional y humana, jamás se prestaría para semejante bajeza. En cualquier lugar o tiempo histórico quien osara cometer esa infamia, sería visto, tratado o enjuiciado como paria, traidor o desquiciado, pero en la confusión existencial de nuestra nación puertorriqueña, estos lamentables conciudadanos se nos presentan como respetables poseedores de exóticos “principios”.
Un día como hoy, el 25 de julio de 1898, las tropas estadounidenses, dirigidas por el genocida de los pueblos originarios de lo que es hoy Estados Unidos, desembarcó en Puerto Rico a cañonazo limpio. Era el Día del Santo Patrón de España, Santiago Apóstol y un día después del nacimiento del Libertador Simón Bolívar. La fecha de la invasión no fue escogida al azar, pues el mensaje era claro. Por un lado, humillar a España, no sólo con la derrota, pero también con una demostración de superioridad de las creencias protestantes americanas sobre las creencias religiosas católicas españolas.
Por otro lado, imponerle a los puertorriqueños su supuesta superioridad racial engatusándolos con la idea de que venían a libertarlos de la tiranía, cuando sus verdaderas intenciones era apaciguarlos para que su tarea como ocupantes conquistadores fuera más llevadera.
Otro día como hoy, el 25 de julio de 1952, se promulgó la ley para la redacción de la supuesta Constitución del Estado Libre y Asociado de Puerto Rico. Un risible y mentiroso embeleco para ocultar nuestra condición colonial y encubrir el día deshonroso en que fuimos invadidos. No es Estado, como nunca lo será, no es libre como algún día lo será, tampoco asociado puesto que el imperio es quien determina nuestro destino y nosotros los puertorriqueños somos meros espectadores.
Como la mayoría del pueblo puertorriqueño repudiaba, como tenía que ser, el día de la deshonra nacional, escogieron la misma fecha para la fundación del embeleco del ELA con el fin de confundir e inducir al pueblo a celebrar de una manera u otra esa fecha.
En el 1950 Albizu da su famoso discurso en Ponce en el que denuncia la falsedad del proyecto de constitución para Puerto Rico y como los poderes quedaban intactos en manos de Estados Unidos. Utilizando un sarcasmo demoledor critica la participación del PIP en las elecciones y los llama pipistas. Denuncia la ingenuidad de los pipiolos de pretender coger de bobos a los gringos cuando eran los gringos quienes los estaban cogiendo de bobos a ellos. La cogida del siglo, le llamó. Hasta ahora, una cogida de 72 años.
Albizu como revolucionario sabía muy bien que el arma más poderosa de un pueblo sometido al yugo extranjero, es la dignidad de ese pueblo y por consiguiente de los hombre y mujeres que lo representan. Participar en las elecciones era darle falsas expectativas al pueblo, desviarlo de un proyecto de independencia y sobre todo hacerle creer que rescataban su dignidad cuando era todo lo contrario, le pisoteaban aún más su dignidad.
Otro día como hoy, en la mañana del 25 de julio de 1978, dos valientes jóvenes puertorriqueños, Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado, armados con la dignidad histórica de nuestro pueblo, remontaron el Cerro Maravilla donde fueron vilmente asesinados por los esbirros del régimen. Estaban allí porque querían hacer lo que deberían hacer todos los puertorriqueños, denunciar de la manera que sea, el oprobio del régimen colonial que nos impone el imperio. “Estoy herido nada más, tírame a la cabeza, cobarde”, le gritó Soto Arriví a Rafael Torres Marrero, el policía que le disparaba. La vida de su patria estaba en juego, ¿qué importaba su propia vida? énfasis nuestro.
Hoy a 124 años de haber sido invadidos, seguimos viviendo bajo el mismo régimen colonial ignominioso. Allá corren unos a Guánica a arrodillarse ante la piedra de la invasión, como lo hicieron nuestros antepasados indios quienes creían, antes de ahogar a Salcedo, que los invasores eran dioses. El Tribunal Supremo imperial nos dice que nos pueden vender, ceder o permutar, pero eso no hiere la sensibilidad humana de los entregados anexionistas, y allá corren a celebrar su autodesprecio dando vivas a las humillaciones que reciben del régimen.
De seguro vendrán a hablarnos del tan cacareado plebiscito, otra ofensa más a la dignidad de nuestro pueblo. El Congreso imperial nos va dar el permiso para que digamos qué queremos sobre el destino de nuestra nación y, ellos, el imperio se reserva el poder para decidir por nosotros. Es de necios aceptar semejante desvarío. Los pueblos como entes que encarnan la dignidad universal, no mendigan su independencia, la toman.
Nos martillan de que en las urnas decidimos nuestro destino. Una crasa mentira. Las urnas no nos dan ningún poder para decidir sobre nada que beneficie verdaderamente al pueblo. Sólo canalizan nuestro descontento para que no nos rebelemos y terminemos escogiendo al candidato que mejor represente los intereses del imperio y de los ricos en detrimento de nosotros mismos.
Las urnas dejan todo igual: el imperio mantiene su poder tiránico; LUMA sigue subiéndonos la luz; la Junta de Control Fiscal sigue imponiéndonos sus condiciones y suben el agua y los peajes. Tú no votaste por eso, pero votaste por los políticos que son cómplices de que eso suceda.
La situación mundial, por consiguiente la situación en Estados Unidos y más aún en la colonia, Puerto Rico, se empeorará de una manera acelerada y dramática como nunca antes nuestras generaciones hayan experimentado. No hay manera de escapar de dicha gran crisis sistémica, pero ante una situación de esa naturaleza, la historia nos enseña que la única alternativa posible que tiene para sobrevivir una nación sin poderes autonómicos como la nuestra, es el empoderamiento que nos da la independencia para negociar sin trabas con todas las naciones del mundo. No tenemos otra si queremos salir del atolladero. Seguir sujetos a ese gran barco que se hunde, es un suicidio anunciado. Mientras más nos alejemos de él, más posibilidades tenemos de sobrevivir. Son muchas las naciones que ya lo presienten y están cambiando su rumbo.
No te prestes más a ese engaño, dile no a las elecciones, no votes.
¡La Lucha Está en la Calle!
