Rhina M. Jiménez M.S.
Para Prensa sin censura
No importa cuál fruta o vegetal sea, todos los años escuchamos sobre la necesidad de mano de obra para recoger las cosechas de las diferentes fincas de la Isla.
Hace falta gente que recoja café, tomates, plátanos y recientemente hay un llamado para recoger piñas. Un trabajo algo arduo bajo el sol tropical del casi verano, pero con una paga justa. Comparado a otros tipos de trabajo que quizás no sean físicamente fuertes, éste no requiere ningún otro requisito que no sea la disposición de trabajar.
Desafortunadamente, hemos visto como se ha perdido el compromiso al trabajo, el obtener una paga por una labor realizada y la satisfacción, valga la redundancia, de cosechar lo que se siembra. La gente ha perdido el interés en sembrar, abonar, cuidar, esperar y cosechar. En general, ahora todo el mundo pretende adquirir lo que sea instantáneamente.
Van al supermercado, compran lo que necesitan y ni se inmutan en saber como llegó ahí. Solo les llama la atención cuando ven el espacio vacío. Muchos no han tenido la experiencia de alguna vez haber sembrado, cosechado un fruto y comerlo. No saben nada sobre plantas: si echan “hijos”, flores o si crecen de semilla. Porque en el estante del supermercado, no se ve el ciclo de vida de una planta. ¿Qué valor ha de tener algo que se da por sentado, que se sabe que existe porque “alguien” hace el trabajo? ¿Qué pasa cuando ese “alguien” falta? Los que tenemos memoria del valor de sembrar y cosechar, tenemos el deber de enseñarle a las nuevas generaciones. Que el fruto de la tierra no nace por generación espontánea y que no se recoge solo.
Quizás hemos compartido con ellos alguna memoria de la casa de los abuelos o algún cuento sobre esa cicatriz causada por treparse en el palo de mangó. Podría contarle a mis hijos sobre el patio de la casa de mi bisabuela Abi. Una casa en el casco urbano de Humacao con un patio pequeño donde ella sembraba chinas, guanábanas, papayas, toronja, plátanos y acerolas.
En alguna paila a veces se podía uno tropezar con alguna yerba buena, anís o recao. Nunca se perdía nada de ese patio, ella nos enseñaba a hacer jugos, dulces, tostones y hasta helado. Siempre encontré curioso el añadirle sal al hielo en la palangana de metal que usábamos para hacer el helado. Hermosos recuerdos que no me sirven de nada, a menos que comparta lo aprendido con mis hijos.
Muchas fueron las personas que durante la pandemia se interesaron por tener un huerto casero. Pero como toda moda, subestimaron el trabajo que da mantenerlo, sobre todo si no tienen conocimiento general de lo que están sembrando. Les confieso, yo también me animé a sembrar algunas cosillas. No tengo muchísimo espacio en mi patio, ni muchas fuerzas para hacerlo. Pero recluté la ayuda de mi familia en el proceso. Les compartí mi conocimiento y la poca experiencia que tengo, con el fin de que pudiésemos cosechar algo: frutos, buenas memorias o conciencia ambiental.
Con cualquiera de las tres me conformaba. De eso han pasado tres veranos y hemos podido mantener con éxito varias generaciones de piñas, acerolas y fresas. Así como lo leen, unas pocas fresas, las cuales hemos cultivado en mayo y son pequeñitas pero jugosas. Aún con lo exótico que puede resultar cultivar las fresitas, la emoción está en las piñas. Con las piñas, mis hijos han observado todo el proceso de la planta y el esperar poco más de un año para cosechar y degustarlas.
Casualmente el día en que celebramos la cosecha de nuestra primera piña del 2023, sale la noticia de que se necesita mano de obra para recoger piñas en una finca de la Isla. Es muy lamentable que la gente hábil no esté dispuesta a hacer un trabajo tan necesario como el de asegurar que una cosecha no se pierda. Quizás no están dispuestos a trabajar en el campo, bajo el sol porque “se queman” o “se cansan”, pero igual se queman en la playa y se cansan solo de pensar en trabajar. Probablemente no tengan la satisfacción de haber sembrado algo para poder recoger algún fruto, cualquiera que sea, literal o en sentido figurado. Han estado acostumbrados a recibir cualquier gratificación instantánea luego del esfuerzo más mínimo. No entienden el concepto de “sembrar para cosechar”.
No todos tenemos espacio para sembrar plantas, tampoco somos expertos o tenemos algo de conocimiento básico sobre eso. Pero literalmente se cae de la mata que, si no hacemos algo para estimular el interés o recalcar el valor del trabajo agrícola, lo vamos a perder. Y no es solo cuestión de perder piñas, café o tomates, es perder seguridad alimentaria. No podemos depender de ir al supermercado y esperar a que se llenen los estantes vacíos.
Tenemos que hacer igual que Abi en su pequeño patio: sembrar, cosechar, hacer dulces, jugos, tés, helados y enseñarles a las nuevas generaciones como hacerlo igual. En cada piña que cosecho, está la memoria de mi Abi y mi compromiso de cosechar una conciencia ambiental, alimentaria y sostenible en mis hijos. Espero que muchos otros estén haciendo lo propio por una patria de tierra fértil y de muchos frutos por recoger.

Para apreciar el trabajo agrícola nos tenemos que reprogramar. Por décadas, familias y gobiernos insistieron en que ser agricultor es cosa de brutos (como ser policía, pero peor, porque te ensucias con tierra o fango). Luego vino la lluvia de excedentes de los EE.UU., acompañados de los cupones, Quien tenía una finca, la vendió para solares, que dejaba más con menos esfuerzo. Además, en última instancia, siempre estará el aeropuerto en Isla Verde…
Quien no ama la tierra que pisa, no puede amar sus frutos.
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Tesoro de comentario!!!
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