Fundamentos del pensamiento albizuista

PolíticaOpinión

Prensa Sin Censura evalúa todas las colaboraciones que llegan a su Redacción. Aunque necesariamente no se alinean a su lógica y pensamiento editorial, las leemos y publicamos en aras del respeto a las libertades de prensa y expresión.

Por Gian Carlo Berríos Gilormini

Para Prensa Sin Censura

Es claro que elegir la agonía moral es seguir en las mismas, en continuar permitiendo que el yanqui y sus portavoces dicten cómo pensar y cómo no. ¿En qué entonces consiste la solución albizuista? ¿Qué es el hispanoamericanismo?

Sin ocupar mucho espacio de explicación, la definición más breve y precisa es que el hispanoamericanismo es el pensamiento filosófico, cultural, político y espiritual que comprende la comunidad hispanoamericana acorde a sus tradiciones y costumbres según su formación histórica y constitución geocultural.

El hispanoamericanismo combina las tradiciones de España o el mundo íbero en general con las tradiciones y costumbres indianas o nativoamericanas del continente. En sus matizadas proporciones, el hispanoamericanismo es la síntesis del pensar de nuestro pueblo debido a nuestro historial como tal, como comunidad, es nuestra tradición colectiva como comunidad continental e incluso intercontinental, pues también forma parte del pensamiento hispánico compartido con Portugal, Castilla, Las Filipinas, el mundo afrohispano, y así por el estilo.

Entonces el hispanoamericanismo puertorriqueño no es otra cosa que el mismo puertorriqueñismo autóctono, el puertorriqueñismo fundado en la tradición u originalidad de Hispanoamérica. Esta tradición y pensar no ha sido estudiada mejor que como lo hizo el propio Julio Ycaza Tigerino, quien viajó por toda Hispanoamérica y ha divulgado detalles y elementos claves sobre lo que constituye nuestra tradición y arraigo en la universalidad católica y en la particularidad hispánica-indiana.

Acceder a este pensamiento es lo que don Pedro Albizu Campos siempre ha abogado en sus discursos y escritos. 

Pedro Albizu Campos pensaba que el puertorriqueño debía “recoger las cenizas de sus mayores”, porque es ahí donde se encuentra la inspiración y los valores patrios que constituyen nuestra patria. Es decir, las cenizas de nuestros mayores no solamente son los abuelos inmediatos, son las cenizas de Antonio Valero, de Dolores Rodríguez Ponce de León, de Agüeybaná II, de Diego Muriel, de Guanina, de Juan Ponce de León y de don Pedro mismo.

Recoger no es literalmente ir a las tumbas y coger las cenizas en tus manos; es recoger todo su pensar y valor y sacrificio e incorporarlos en tu pensar y comportamiento como patriota, y nada de esto ha hecho nuestro pueblo colonizado, es más, ha hecho lo contrario: recoger las cenizas de otros mayores, y mayores que odian nuestro pueblo y estirpe hispanoindiana. 

Nuestro ethos se expresa con la noción de la Hispanidad. La Hispanidad es una identidad de carácter imperial que describe todas aquellas costumbres, valores o pensares que son características únicas de los pueblos que han sido de los hispánicos o reinados por los pueblos hispánicos, en particular Castilla y Portugal. 

Sus imperios hispánicos sobre el mundo han engendrado mediante el mestizaje varios pueblos con sus características particulares, cohesionados con sus valores y pensar autóctono. 

La Hispanidad aquí se concibe igualmente como una misión histórica que trasciende lo político y conlleva una unidad comunitaria en todos los pueblos de este imperio espiritual.

Aunque todos estén políticamente desvinculados, en lo cultural, filosófico y espiritual comparten este núcleo central y por tanto comparten al menos una tradición común a este imperio.

Es esta la tradición a la cual Pedro Albizu Campos y muchos hispanoamericanistas hacían referencia en sus escritos y discursos como llamado y motivación para la creación de La Patria Grande Iberoamericana, el imperio de los iberoamericanos.

Cada pueblo ha engendrado sus pensadores que, de alguna forma u otra, han elucidado este ideario imperial de la Hispanidad americana o la indohispanidad y el ethos atado a ese ideario que comparten entre ellos y que se entrelazan. 

El gran reto de nosotros los pueblos iberoamericanos es suprimir y superar nuestros politicismos del patriachiquismo, que no es otra cosa que la manifestación de nuestra extranjerización al imitar los nacionalismos centroeuropeos y estadounidenses. 

Puerto Rico de alguna forma también sufre de este patriachiquismo. Adicional a eso sufre el síndrome pedreiriano, que es la noción de que Puerto Rico por su tamaño y límite geográfico es incapaz de concebirse como heredero de una gran civilización, ni tan siquiera tiene noción de ser una autónoma y grandiosa como los otros pueblos. 

En contra de esto hallamos la historiografía albizuista, fundamentada en tanto la documentación histórica e investigaciones culturales e históricas que preceden al Maestro y que son posteriores a su martirio.

Hablo de historiadores como Alejandro Tapia y Rivera, Cayetano Coll y Toste y Salvador Brau, prefechando a don Pedro; y Aurelio Tió, Ricardo Alegría (y su Instituto de Cultura Puertorriqueña) y Monseñor Vicente Murga Sanz, posfechando a don Pedro. 

Estos son los que han reivindicado a don Pedro en sus discursos sobre el Día de La Raza y el Día de la Puertorriqueñidad. Hacer referencia a próceres como Ramón Power y Giralt, Juan Alejo de Arizmendi, Juan de Amézquita, Juan Ponce de León, Diego Muriel e incluso hasta el propio Agüeybaná I y por supuesto, a don Cristóbal Colón, es hacer referencia a los que vitalizan nuestra patria, los que constituyen nuestra estirpe y cultura autóctona criolla, nuestra raza parda noble de mezcla del indio boriquense, el español castellano y el negro africano.

No se trata de un chauvinismo interno de una línea xenofóbica, se trata de que un pueblo necesita conocer qué lo distingue de otro, preferirse a sí mismo como civilización y defender ese ethos, esas costumbres que lo caracterizan, esas tradiciones que lo han definido como pueblo. 

Con esas tradiciones se puede determinar qué otras ideas de afuera encajan bien con ese ethos (o quizás mejorarlas sin perjudicar la línea general de la tradición) y qué otras requieren cierta filtración o rechazo. Es un marco necesario que define a un pueblo: “éste es mi círculo de referencia como civilización, éstas son mis tradiciones en las que yo confío, y estas son algunas cosas que prefiero mejorar según las lógicas internas que me permiten hacerlo para nuestro bien común.”

Así por el estilo. No se puede determinar qué ideas extranjeras son acorde a nuestra tradición y sintetizan bien con ella si no nos damos la tarea de conocer primero en qué consiste nuestra tradición, nuestro ethos como comunidad, y cómo pensamos. 

En muchos de sus discursos que tocan el tema de la Hispanidad, de la civilización renacentista del imperio de España, don Pedro no es culpable de chauvinismo, como algunos podrían impugnar. 

Es mera proyección de los extranjerizadores, porque don Pedro nunca consideraba “extranjeros no-puertorriqueños” a próceres como Francisco de Vitoria y la propia Isabel I de Castilla. 

Pedro Albizu Campos los incorpora como parte íntegra de nuestra tradición porque es con ellos donde todo comenzó para nosotros. Para don Pedro nosotros comenzamos al menos a partir del 1506, no en el 1868 como se nos enseña tanto por la historiografía oficialista y la historiografía badbunniana.

Comenzamos todos al inicio del siglo XVI por lo menos, y nos hemos conformado a través de nuestra historia hasta culminar quizás para mediados del mismo siglo XVI. Más tarde se nos reveló Nuestra Señora de Monserrate al aparecerse a Girardo González, el jíbaro de Hormigueros. Es en esa piedra patria religiosa donde se cimentó y consolidó el corazón católico patrio de Puerto Rico. No tuvimos que esperar para los sesenta en el siglo XX con la llegada de Pablo VI: ya Puerto Rico contó con Nuestra Señora de Monserrate y así lo reconoció el fraile Íñigo Abbad y Lasierra en su Historia geográfica, civil y natural de San Juan Bautista de Puerto-Rico.

Una cosa interesante que ha observado Anthony-Stevens Arroyo en sus estudios de Pedro Albizu Campos es cómo de todos los países hispanoamericanos, los que más se han mantenido cercanos a la tradición íbera fueron las Antillas(Stevens Arroyo “The Catholic Worldview in the Political Philosophy of Pedro Albizu Campos” 61). 

El ilustre investigador piensa que puede deberse a su tiempo adicional bajo dominio español, pero pienso que eso es demasiado simple como para explicar la admiración que José Vasconcelos tuvo hacia Pedro Albizu Campos. 

Puede que sí, pero es muy probable que Pedro Albizu Campos fue uno de los pocos que se atrevió a decir que, al menos en las Antillas, él y su pueblo tienen una nítida y suave continuidad filosófica en Puerto Rico que se ha perdido con los iluminismos liberales extranjerizantes. Al Albizu Campos nutrirse más de la tradición ibérica que de la francesa, ha podido identificar bien qué nos caracteriza como puertorriqueños, como antillanos, y como hispanoamericanos. Vasconcelos, seguramente perceptible e inteligente como Albizu Campos, vio esto en él, cosa que quizás no veía en otros en sus viajes peregrinos. Entonces es más probable (y esto lo demostraré en mis investigaciones más a fondo cuando halle suficiente información) que don Pedro Albizu Campos haya accedido y se haya alimentado de una tradición hispanoamericana cuya línea de razonamiento ha sido dilucidadamás a fondo por otros próceres contemporáneos a don Pedro como Jaime Eyzaguirre en Chile, Pablo Antonio Cuadra en Nicaragua, Jordán Bruno Genta en Argentina y, más a finales de la vida política de don Pedro, Julio Ycaza Tigerino en Nicaragua y Arturo Uslar Pietri en Venezuela. Todos estos han dilucidado sobre la tradición hispanoamericana donde don Pedro, por circunstancias que todos conocemos, no ha podido profundizar en su espacio, pues otros después de él en su época lo hicieron por él. Debemos entonces dejar de vincular a don Pedro a una línea de pensadores con la que no comparte su raciocinio cultural y filosófico: me refiero a personas como Ramón Emeterio Betances e incluso José de Diego. Sin duda él ha tomado algunas posturas políticas de ellos, como lo es el independentismo nacional, pero no ha compartido para nada sus posturas sobre nuestra raza, sobre nuestra noción de misión histórica como ecúmene de destino: eso fue de personas como Julio Ycaza Tigerino, Pablo Antonio Cuadra, Jaime Eyzaguirre y todos los hispanoamericanistas que comparten los núcleos hispanocatólicos. 

En fin, la clave es abandonar esta noción errónea de que nuestra tradición comienza en el 1868, o peor, justo en la invasión del yanqui. Nuestra tradición como pueblo hispánico indiano comienza con Isabel I de Castilla, la madre civilizacional del imperio y la Comunidad Hispánica, con El Almirante y don Juan Ponce de León y luego con el casamiento noble de Diego Muriel con María Bagnamanay, y por ahí sigue hasta culminar todo en la entrega del anillo obispal de Juan Alejo de Arizmendi a Ramón Power y Giralt. El Grito de Lares no comenzó nada de nuestra tradición, aquel evento solo demostraba elementos sociológicos que ya venían desde antes, manifestándose políticamente ante el problema de la esclavitud como bien indicó don Pedro en el discurso en Lares en el 1949 de la fecha festiva. Puerto Rico ya se consolidó mucho antes que El Grito: entonces es pura falacia remontar todo el comienzo de la conciencia puertorriqueña en aquel día cuando ya antes se había conformado nuestro pueblo noble y El Grito de Lares era la manifestación sociológica de nuestro carácter exigiendo la libertad de hombres que merecían ser libres ante un imperio decadente.

Don Pedro Albizu Campos. Foto/Archivo

Un comentario en “Fundamentos del pensamiento albizuista

  1. Ni el yanqui me va a decir qué pienso y qué siento ni los hispanófilos admiradores de Cristóbal Colón y Juan Ponce de León. Don Pedro fue católico y nadie debe atacar su fe; lo atacable es el rol nefasto de la jerarquía católica en los abusos cometidos contra indígenas, esclavos y pobres en Puerto Rico (y en las Américas).

    Le gusta a 1 persona

Replica a virtualc8a1d2f63b Cancelar la respuesta