Melchor y la puertorriqueñización de la fiesta de los Santos Reyes

Nota del Editor: Ensayo histórico y crítico sobre la tradición de los Santos Reyes y la nacionalización del Rey negro Melchor que aparece en el libro “El Movimiento de los Reyes Magos hacia la Estrella Sola” del historiador, investigador y artesano Ramón López, que lo compartió con este medio diez años antes de su fallecimiento en 2020.

Por Ramón López

En Puerto Rico, la imagen de los Reyes Magos que el pueblo produjo hace siglos y que con hibridaciones, innovaciones y redefiniciones- sigue vigente hoy, tiene una llamativa característica que, aunque no es unánime, es muy prevaleciente: una centralidad otorgada a Melchor, el rey negro, que expresa una predilección sobre los otros dos Reyes Magos.

Esto se capta fácilmente en la representación artesanal, literatura oral, trova navideña, literatura nacional, memoria folclórica, pesquisa etnográfica e investigación histórica.

Sin embargo, muchos autores eruditos que tratan el tema de los Reyes Magos ignoran este hecho o lo señalan como una mera peculiaridad puertorriqueña, especialmente aquellos interesados en elevar la talla tradicional de santos a la categoría de arte occidental o en elaborar definiciones esencialistas de la identidad puertorriqueña.

Los primeros se interesan en adjudicar una trascendencia formal a ciertas tallas excepcionales y así les conceden una universalidad alejada de las incidencias de la historia popular. Se trata de destacar una transparencia estética, una pureza del gozo del arte. Los segundos insisten en los Reyes como motivo de una festividad hispánica que supera las distinciones sociales en un espíritu de generosidad desinteresada que define la nacionalidad.

Se trata de un mestizaje que disuelve las contradicciones: las tres razas se han fundido en una voluntad niveladora. Aquí no vamos a profundizar en los méritos y deficiencias de estos enfoques. Para propósitos de una lectura alterna, ambos se caracterizan por su incapacidad para ver la centralidad de Melchor.

Lo que me interesa es señalar sin ningún disimulo la presencia central y predilecta de un rey negro. Por lo general, se trata de un Melchor negro -pintado de negro y no de marrón- que la gente llama «negrito», «quemado», ‘trigueño», «de color», “tostadito», «oscuro», «mestizo», «moreno», «moro» o «africano».

En el lenguaje popular, la oscuridad de Melchor puede decirse con los numerosos eufemismos, disimulos y diminutivos del vocabulario racial puertorriqueño. En su representación artesanal, Melchor «no se ofende» si lo pintan negro y no hay que calcular su raza ni «dorar la píldora» al reconocerlo en su negritud, como sí se acostumbra con la gente negra puertorriqueña de carne y hueso.

Su representacion visual prevaleciente insiste en su negrura: Melchor puede ser gris, marrón o cobrizo pero las más de las veces es negro y ya está. No se le llama negro para insultarlo o «denigrarlo», valga la racista redundancia.

Sí se le llama «negrito», esa arisca ambigüedad boricua en que se funden la confianza y el cariño. En Puerto Rico, los pugilatos de las denominaciones raciales tienden a acentuarse entre la gente que se identifica con los sectores dominantes y a disolverse entre los que se ubican en los sectores populares.

Mi insistencia estriba en que la distinción de Melchor en la tradición puertorriqueña va aparejada de una confusión respecto a los otros dos Reyes Magos: a Melchor lo reconocemos enseguida pero entre Gaspar y Baltasar no sabemos quién es quién.

Entre nosotros, la representación centenaria de los Reyes Magos no distingue tres edades ni tres razas pero insiste en un rey de piel negra con dos reyes de piel clara, uno a cada lado del negro.

Si a esa centralidad le añadimos la predilección popular, no es exagerado decir que, en Puerto Rico, se trata de Melchor y los otros dos Reyes Magos. Es significativo que nos haya importado más distinguir tres razas de caballos que tres razas de reyes.

Quiero interpretar todo lo anterior. Creo que la configuración tradicional de nuestros Reyes Magos expresa una definición de la cultura e identidad puertorriqueñas que, al ser popular, es contestataria y así se aparta de las dos visiones preponderantes en el debate de la identidad nacional: niega la hispanidad como el rasgo exclusivo, definitorio y esencial de la cultura popular y niega la armonía de tres raíces fundidas en complaciente mestizaje.

Se trata entonces de una visión afrocaribeña de la identidad popular boricua: no en términos de predominio genético-demográfico sino de la presencia cultural africana como elemento integrador y unificador de un modo de vida específicamente nuestro y emparentado con los demás pueblos y culturas del Caribe. En palabras de arroz y habichuelas: el sabor del pueblo tiene gusto y sabrosura de herencias africanas, aunque sus ingredientes vienen de muchos otros lugares.

Como consecuencia de todo lo anterior, la imagen híbrida de los Reyes Magos es un reclamo popular de pluralidad democrática en vez de racismo colonial.

No digo que nuestros Reyes Magos tienen un origen africano. Digo que la apropiación popular híbrida de la leyenda de la Epifanía, cuyo origen es bíblico, se caracteriza por un reconocimiento insistente y explícito del componente africano en nuestra formación cultural. Ese reconocimiento conlleva un protagonismo, una intención de resaltar la presencia cultural más negada o desatendida en la construcción de una memoria histórica nacional puertorriqueña.

Esto cobra su sentido más amplio si nos adentramos en los procesos históricos que dan contexto a la tradición borinqueña de los Reyes Magos.

La presencia de un Rey Mago de piel oscura nos llegó como herencia europea. El desarrollo de la leyenda de la Epifanía en la cultura medieval incluyó la noción de que los Reyes Magos representaban los tres continentes conocidos hasta entonces y de ahí surgió la inclusión de un moro o negro africano. Esto se daba junto a otras preferencias de representación, como tres edades del hombre, tres magos orientales o tres monarcas europeos. Por lo general, se identificaba al negro como Baltasar.

En Puerto Rico, esta tradición encontró su espacio en el santuario de Hormigueros mediante una pintura atribuida a Manuel García, el primer pintor puertorriqueño conocido. Esta pintura pudo haber sido influyente en la formulación puertorriqueña de los Reyes Magos por varias razones. Primero, su iconografía parece inspirada en la de un grabado de Martín Schongauer, de manera que se enlaza a la tradición europea prevaleciente. Segundo, el santuario de Hormigueros fue el principal centro de peregrinación católica en la Isla desde el siglo 17, lo que asegura que gente de todo el país pudo ver y venerar esta representación de la Adoración.

Si la imagen de la Virgen de Monserrate del mismo autor y en el mismo santuario- fue influyente en la imaginación popular de los santos de palo, no hay que dudar que la pintura de la Adoración también lo fuera. Tercero, desde el punto de vista del espectador, el rey negro que pintó García se ve en medio de los otros dos. Cuarto, entre la producción pictórica de imágenes católicas en la época colonial, sólo conocemos esta única Adoración.

Lo anterior es sugerente pero no determinante. La imagen es ambigua y hay que considerarla dentro de varias posibilidades. El catolicismo de la época insistía con mucha determinación en la majestad de Jesús y María: ellos eran el centro y eje de la doctrina de la Epifanía, de manera que, en la narrativa de la Adoración, son ellos los protagonistas más que los Reyes Magos. Desde el punto de vista de la Madonna con el Niño, el rey negro está a la derecha y al fondo, más alejado que los otros dos.

Desconozco qué otros modelos de los Reyes Magos -pinturas, grabados, estampas, estatuas- hubo en Puerto Rico en esa época, pero hay que considerar la posibilidad de que otras imágenes influyeran en la percepción popular de los Reyes Magos.

Las imágenes devocionales, sin embargo, insistían en la Adoración frente a la Sagrada Familia. No se sabe qué presencia, si alguna, tuvo la pintura secular europea de la época, que también se ocupó del tema, en la visualidad accesible a la población.

Lo que tenemos que considerar de inmediato es que la gente puertorriqueña mostró una fuerte atracción hacia el culto a los Reyes Magos, tallados como santos de palo. Toda la evidencia que tenemos disponible, apunta a que esta devoción popular no se centró en la veneración de la narrativa de la Adoración ni en la de figuras de pie, estas últimas predominantes en la talla de los demás santos y virgenes.

Primero de varios artículos.

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