JAIME TORRES TORRES
Confieso que nunca imaginé tropezarme con un caimán en el Balneario La Monserrate de Luquillo.
Sudaba copiosamente y, al completar la hora de ejercicio cardiovascular, me detuve en la punta, entre el área de los pescadores y el manglar que atraviesa Punta Bandera, para darme un chapuzón.
Las aguas estaban cristalinas, frescas y tranquilas, como casi siempre. El verdor de las palmeras, los almendros y los pinos se reflejaba en la superficie de la playa más deslumbrante, a juicio de este periodista, de Puerto Rico.
Me zambullí y nadé un rato. También floté casi por diez minutos, práctica que es una terapia para mí. Y al incorporarme, divisé lo que a una distancia de varios metros parecían dos ojitos que me observaban a ras de la superficie marina.
Intenté acercarme y se sumergieron.
La escena se repitió dos veces en el intervalo de casi media hora. Salí del agua para regresar caminando hasta La Pared, donde suelo estacionar para emprender la rutina por la costa luquillense, pasando por Playa Azul, hasta Punta Bandera y el Balneario La Monserrate.
Me marchaba pensando que los misteriosos ojitos eran de un carey o quizás un manatí, especies que abundan en el litoral. Pero no. Al acercarme al caño que desemboca en la playa vi, un poco arisco, un caimán de mediana estatura que se internaba al manglar.
Corrí con el teléfono en manos para tomar un vídeo pero desapareció entre el follaje costero. El motivo de esta crónica es alertar sobre la presencia de caimanes en las tranquilas aguas del balneario.
En diciembre se cumplió un año de la advertencia publicada por Prensa sin censura sobre la invasión de caimanes en Luquillo y otros pueblos del Este.
Particularmente en Luquillo desde la deforestación de cuerdas en el humedal La Monserrate de este pueblo costero para fines de la construcción de un hotel.
Entonces, un biólogo del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), con la condición de mantener su nombre en el anonimato, dijo: “hay tantos caimanes como changos”, en alusión al ave silvestre de plumaje oscuro como el betún.
“Nos llegaron las fotos de uno que se capturó en uno de los canales que van hacia St. Regis Bahía Beach Resort y se han capturado en Río Herrera, que pasa detrás del cementerio de Río Grande, en Miñi Miñi en Loíza y en la Playa de Río Herrera”, contó el biólogo.
Literalmente, los cuerpos de agua de Puerto Rico están infectados de caimanes. Su presencia mantiene en jaque a camarones, buruquenas y peces de agua dulce, además de representar un peligro para la seguridad y vida de los bañistas.
Se desplazan con facilidad a los estuarios y son motivo de pesadillas para los residentes de las comunidades aledañas a las desembocaduras de ríos en Loíza, Río Grande, Luquillo, Fajardo y Naguabo, entre otros pueblos costeros.
El hecho de que ahora aparezcan en el Balneario La Monserrate de Luquillo no debe sorprender porque en noviembre pasado la policía municipal de Carolina informó de la captura de un ejemplar en el Balneario de Isla Verde.
El Balneario de Luquillo es una playa que, a pesar del deterioro de su infraestructura, es muy visitada todo el año, por residentes y turistas del extranjero. Razón de peso para la atención de las autoridades y las agencias pertinentes a este asunto.
En meses recientes los Hermanos Caza Caimanes de Carolina y otros voluntarios que se dedican a la captura de dicho reptil han revelado la incapacidad de DRNA para erradicar esta especie foránea que llegó a Puerto Rico a través de las tiendas de mascotas y que al crecer, como sucedió con los lagartos y algunas especies de serpientes, como la boa constrictor, irresponsablemente las personas abandonaron en solares baldíos y pantanos.
En la década de 1960 militares del Ejército de Estados Unidos depositaron ejemplares en la Reserva Tortuguero de Manatí. Su capacidad de reproducción es tan numerosa e impresionante como la de los lagartos o gallinas de palo, que pueden desovar centenares en solo un mes.
Actualmente, no hay un plan de manejo del DRNA. En la década del 90 en Tortuguero varios biólogos intentaron infructuosamente controlar la población. Ante su incapacidad, incursionaron los vecinos en su captura para fines de venta de su carne, a pesar de advertencias de presunta contaminación con mercurio.
No se recomienda nadar en ríos y pescar en quebradas y riachuelos. Ya en Patillas se colocan letreros que advierten de la presencia y proliferación de caimanes en sus ríos.
Tal vez el desarrollo de una industria de su carne para efectos de su consumo podría motivar a más ciudadanos a involucrarse en su captura.
Su erradicación, no obstante, será imposible, por lo que Puerto Rico y sus habitantes tendrán que acostumbrarse a convivir con estos intimidantes reptiles, respetando sus hábitats, aunque eso signifique privarse de un chapuzón en los meses de calor.



