Editorial
JAIME TORRES TORRES
Prensa Sin Censura
Faltaron tacto, diplomacia, empatía y elegancia. Antes de iniciar la procesión en la Parroquia Cristo Rey en Palmer, Río Grande, el obispo de la diócesis Fajardo-Humacao ordenó que no exhibieran la bandera de Estados Unidos por considerar que no debía ocupar el altar junto a la Monoestrellada y las insignias de Río Grande y de la Iglesia diocesana.
Faltaron tacto, diplomacia, empatía y elegancia porque, como ocurre a lo largo y ancho de la provincia eclesiástica, abundan los fieles que simpatizan con la bandera estadounidense por consideraciones ideológicas, aparte de los turistas de los hoteles de Río Mar que frecuentan el templo.
Dicen que la ignorancia es atrevida, pero cuando se desinforma a las ovejas el pecado de la demagogia es mayor. Luis Miranda aludió al cambio de soberanía tras la Guerra Hispanoamericana de 1898, como si la Iglesia que peregrina en la colonia no estuviera sujeta -como lo estuvo- a las directrices de la Conferencia de Obispos de Estados Unidos. ¿Cómo explica que Jaime P. Davis y James Edward McManus fueran los prelados de San Juan y Ponce, esta su diócesis sufragánea?
Ambos, como todo el clero, respondían al cardenal Francis Spellman. Fue con el cardenal Luis Aponte Martínez que el episcopado se renueva con prelados, en su mayor parte, boricuas al establecerse en 1966 la Conferencia Episcopal Puertorriqueña, lo que ocurre a destiempo porque en 1511 el papa Julio II erige la Diócesis de Puerto Rico con Alonso Manso como primer obispo.
Usted puede ordenar que no se coloque en el altar la bandera de Estados Unidos y es su prerrogativa. Pero argumentar sus razones es faltar al tacto, la diplomacia, empatía y elegancia con sus fieles.
Evidentemente, el obispo Luis Miranda no se preparó para la homilía de la fiesta de Cristo Rey en Palmer.
También desatinó cuando habló del cierre de los templos católicos durante la pandemia del COVID-19. Pero el récord no miente: circuló una carta en la que promovió la vacunación que hoy causa estragos y su postura fue uno de los detonantes del despido del obispo de Arecibo Daniel Fernández Torres que, amparado en la objeción por conciencia que promulga la Doctrina Social de la Iglesia, respetó el derecho de sus fieles a no vacunarse.
Tampoco fue simpática la continua alusión a su facultad episcopal de cambiar párrocos. [¿Y si León XIV lo cambia a él?]
Podríamos abundar más en el presente editorial, pero mejor puntualizar: al obispo carmelita Luis Miranda le faltaron tacto, diplomacia, empatía y elegancia en la fiesta de Cristo Rey.

