Espiritualidad
Néstor Díaz Valentín
Para Prensa Sin Censura
Cuando mi abuelo falleció, recuerdo claramente el persistente aroma de su fragancia corporal única. Me di cuenta de que cada individuo tiene un aroma distinto, un aroma que es una firma de su ser. Es un poderoso recordatorio de que podemos conectar con los demás a través de las formas sutiles pero profundas en que nuestros sentidos perciben el mundo.
El proceso de creación, me di cuenta, es un bucle continuo e infinito. Es similar a la unión de un óvulo y un espermatozoide, un proceso que se repite de innumerables maneras. Sin embargo, en el nivel de la existencia donde el tiempo no tiene poder, la vida es eterna. Las distinciones entre los opuestos se desvanecen, y todos se vuelven congruentes.
La perfección no es solo un destino, sino un proceso continuo de creación, tanto en la Tierra como más allá. Me conmovió profundamente el vídeo que Jaime Torres Torres y Prensa Sin Censura compartieron, que se centró en la vida y las enseñanzas de Jesús, una figura de inmensa sabiduría y perspicacia. Me trajo de vuelta a una profunda experiencia personal que tuve con respecto a mi familia y el concepto de olor.
Una de mis experiencias más profundas fue saber que mi padre iba a morir un año antes de su muerte real. Este conocimiento no era una predicción, sino un profundo sentido interior. Fue un momento de intensa claridad y paz, como si estuviera entrando en una nueva dimensión. En este ciclo infinito de existencia, todos estamos interconectados. Tú te conviertes en mí, y yo me convierto en ti, fusionándome en una existencia universal. Es un hermoso recordatorio de que nuestras vidas individuales son parte de un gran tapiz, donde todos somos hilos en la misma tela. Esta realización me trajo un sentido de unidad y una comprensión más profunda de la profunda naturaleza de nuestra realidad compartida.
Estaba bajando las escaleras, un total de 15 escalones, desde el segundo piso. En un momento de torpeza, tropecé en el primer escalón y caí hasta el último. Era como si el tiempo se detuviera, y en ese instante, sentí una profunda sensación de paz. Realmente creí que ambos morimos ese día. Pero cuando llegamos al último paso, nos despertamos, ilesos, sin lesiones físicas. Mi hijo, que tenía tres o cuatro años en ese momento, presenció todo el evento. Fue un momento que dejó una marca indeleble en mi comprensión del mundo. La experiencia me dejó con una profunda creencia en la reencarnación. Sugirió que nuestras almas no están limitadas por las restricciones lineales del tiempo y el espacio. En cambio, emergemos de áreas de oscuridad a reinos de luz, donde todo sucede simultáneamente.
Cada momento es un reflejo de la luz en el infinito, y no hay necesidad de explicación porque la única realidad es la expansión. Nos aprovechamos de la expansión a través del resplandor o la dirección de nuestro creador.

