Pensamientos… Cuando un preso me bendice

MusasFe

Oscar M. Granados del Valle

Presbítero

Señor, Tú que me has llamado sabes bien que es verdad lo que digo: inútil, disipado y negligente, era y soy.

Hace unos días atrás, tu hijo M., preso, y yo, pudimos encontrarnos…

Una vez más, me equivoqué.
El consolado, exhortado y animado en la fe, fui yo y no él.

Ante su dolor, su consuelo has sido Tú; «¡nunca me ha dejado!» Dijo él.

Ante la incertidumbre de su futuro, Tú; «¡El es mi esperanza!» Dijo él.

Ante la duda, la fe; «¡Confío en su Palabra!» Dijo él… «Lo busco en su Palabra, ¿viste?».

El anhelo de su libertad lo mantiene de pie y la fe le da la certeza de Tu Presencia; en ese lugar que habla de cualquier cosa antes que de Ti.

Él es Tú Evangelio viviente… «no he visto fe más grande…»

– “Les quedan tres minutos», dijo el guardia que se levantaba para buscarle y en lo que llegaba, oramos.

Silencio… esperaba que yo le bendijera, «¡bendíceme tú!» Le dije. Y me bendijo. Y en él, me bendijiste Tú.

Ellos, los presos, han sido para mí, la morera en medio del oceáno, el árbol bajo cuya sombra descanso…

«No se bendice el pecado», ciertamente, pero ellos, los «sucios», los «pecadores», me recuerdan que si no se bendice el pecado, entre pecadores nos bendecimos, o mejor, un pecador nos bendice en Tu nombre… en mí o a través de mí, pecador, bendices a Tu Pueblo. Y así, por la fe, el acto de bendecir se convierte en un signo concreto de Tu Amor.

¡Bendíceme!, y me bendijo,
¡Bendíceme!, y me bendijiste a través de él.

Foto/Freepik

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