La afirmación de la soberanía y la opción política del cristiano

Opinión

Por Pablo Francisco Cruz-Azize

Especial para Prensa Sin Censura

La marcha por la independencia de Puerto Rico celebrada el 31 de agosto del 2025 en San Juan sirve para reinsertar el problema del estatus en la discusión pública. 

Este asunto ha perdido popularidad durante la última década ante un mayor consenso de que el problema es la “corrupción” engendrada por el “bipartidismo” y que con una “buena administración” se arreglará todo. 

Esta opinión popular no toma en cuenta la importancia de la soberanía, o del poder necesario para administrar, ni cómo bajo el actual régimen colonial que la niega no es posible una “buena administración”. 

La afirmación de la soberanía, que en el contexto puertorriqueño debe hacerse a través de la independencia, es un asunto necesario que debe atenderse con la mayor urgencia posible por el bien de la Patria. 

No todos piensan igual: algunos creen que debe restaurarse en el pueblo y en nuestras leyes la moral cristiana para que vivamos según los “valores” y otros creen que hace falta primero un desarrollo económico que satisfaga las necesidades del pueblo.

Sin embargo, en mi opinión este y otros asuntos pueden abordarse poniendo en práctica una concepción cristiana de la política consistente con la Verdad católica y con nuestra realidad como nación hispanoamericana. 

Propongo pues dos obras que podrían ayudarnos en este sentido: Opción política del cristiano de Jordán Bruno Genta y El rol del cristiano ante el colonialismo: el caso de Puerto Rico de Antulio Parrilla Bonilla.

Ambos autores pueden ser vistos como contrarios. Genta, por un lado, fue un filósofo argentino, intransigente crítico del comunismo y defensor de la tradición católica hispanoamericana representada por los caudillos como Juan Manuel de Rosas. Parrilla, por otro lado, fue un obispo puertorriqueño que vocalmente denunció al capitalismo, simpatizó con los “socialismos populares” y a quien se le ha asociado a la llamada Teología de la Liberación, la cual, según entiendo, ha sido rechazada por sectores de la Iglesia jerárquica, clerical y laical por basarse en la dialéctica marxista. 

Ambos, sin embargo, fueron católicos y amaron la patria como nacionalistas. Se preocuparon, cada cual a su modo y en su contexto, del rol del cristiano ante la realidad política de su tiempo y ambos coincidieron en que la verdadera libertad del hombre tiene su fundamento en la Salvación de Dios y que las comunidades deben regirse según la ley moral natural por Él dada para ser verdaderamente libres. Ambos reconocieron la importancia de las naciones en el Orden Natural y cómo las comunidades políticas que las componen necesitan de un gobierno soberano capaz de procurar su propio bien común. 

Genta vivió en el contexto de una Argentina descristianizada en la cual existía el peligro de las guerrillas comunistas: es por esto que en su aludido libro opone la política cristiana fundada en el Orden Natural establecido por Dios a la política marxista basada en una dialéctica materialista y conflictiva que niega los valores espirituales permanentes y que lleva a la revolución continua. 

No debe interpretarse el anticomunismo de su obra como una defensa del abuso del capitalismo: por el contrario, Genta denuncia fuertemente, siguiendo las enseñanzas de los Papas, al “Imperialismo Internacional del Dinero” que todo lo corrompe y subordina las naciones a intereses extranjeros ajenos al bien común. Este “Imperialismo Internacional del Dinero”, sostiene Genta, solo acaba echándole leña al fuego del comunismo marxista. 

Defiende por ende un gobierno que, sin dejar de ser cristiano, afirme la soberanía dentro del marco de una nación libre de las malas influencias externas. Escribe: 

“La primera realidad política es la existencia soberana de la nación que exige una superioridad sobre todo lo propio; esto es, la historia, la cultura, la educación, el derecho y la economía nacionales. La Nación entera debe estar integrada en el Estado soberano y el Estado Soberano debe estar subordinado a la realeza absoluta de Cristo, porque el destino trascendente y eterno de la persona humana es la perfecta unión y la glorificación perfecta de Dios en Cristo, Nuestro Señor, Señor de las Naciones y de la Historia.

La misión de una política cristiana es, pues, instaurar la justicia, el bienestar y la suficiencia temporal de cada una de las personas en el ámbito de la nación soberana; la que, a su vez, puede alcanzar esos bienes relativos en orden al Bien absoluto y trascendente por la mediación de Cristo, verdadero Dios y hombre verdadero.”

Antulio Parrilla, por su parte, le habló a un Puerto Rico en el cual, como ocurre también ahora, no siempre se tiene plena conciencia sobre el mal que supone la condición colonial. Define por eso una colonia como: 

“…un país sometido a otro políticamente y como consecuencia absorbido económicamente y en continuo proceso de serlo también cultural y socialmente. La neocolonia es una nación invadida económica y culturalmente por otra más fuerte y desarrollada que procura un dominio político directo o indirecto.”

Esta definición aplica naturalmente al caso de Puerto Rico y Parrilla se toma la molestia de demostrarlo. Lo hace listando las consecuencias de nuestra falta de soberanía, ilustrando la falta de poderes del gobierno colonial de Puerto Rico, impuesto por los Estados Unidos, para procurar el bien común. Se demuestra así que la “buena administración” depende en gran medida de la soberanía que no tenemos, aunque Parrilla admite que incluso dentro de los límites de la colonia hace falta continuar trabajando por defender al pueblo, en especial a los más pobres, de la explotación económica.

Expone la importancia de un orden político basado en la libertad positiva: el hombre, por su dignidad dada por Dios, y la comunidad política del cual él forma parte requieren de la libertad y de la responsabilidad para cumplir con sus respectivos propósitos. El colonialismo injustificado viene a ser así una violación de la dignidad del hombre que debe ser remediada. 

Entiende Parrilla que ante el caso colonial de Puerto Rico el cristiano debe denunciar proféticamente el mal del colonialismo y “luchar por el mínimun que es la soberanía … que nos devuelva la capacidad de hacer decisiones libres como comunidad política y para nuestra participación en la comunidad política universal”.  

Es muy importante esta labor para el bien de las naciones colonizadas, ya que considera que:

“La conciencia de su nacionalidad y de su soberanía y su valía como parte de la gran comunidad internacional es lo único que puede salvar tanto a la neocolonia como la colonia de la total destrucción.”

Me parece sorprendente cómo el profesor Genta y Monseñor Parrilla, pese a sus grandes diferencias, llegaron a conclusiones similares en base a su fe católica compartida y, tal vez, por su propia conciencia nacional hispanoamericana o latinoamericana. 

Reconozco que habrá siempre opiniones divergentes respecto a lo que se debe hacer ante el colonialismo en Puerto Rico y para resolver otros problemas sociales y económicos, pero como cristianos y católicos se supone que las mismas estén informadas por la Doctrina Social de la Iglesia, a la cual se adhirieron o intentaron adherirse líderes como Genta o Parrilla. 

Irrespectivo de la integridad de los textos de ambos autores en materia de fe y moral, según el magisterio de la Iglesia, parecen buenas fuentes para orientar la acción política de un pueblo cristiano como Puerto Rico que sufre un colonialismo impuesto tras una agresión extranjera. 

Los principios cristianos defendidos por Antulio Parrilla y Jordán Bruno Genta podrían inspirar en los compatriotas los valores necesarios para, siguiendo el ejemplo del Maestro Pedro Albizu Campos, organizar la Patria para la afirmación de su soberanía sin desatender por ello otros asuntos socio-económicos que merecen atención y remedio.

Antulio Parrilla Bonilla.

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