Filosofía
Nota del Editor: Segundo de tres artículos.
Néstor Díaz Valentín
Para Prensa Sin Censura
Cuando convertimos la tierra en una cosa, tratamos todo como una cosa insignificante. Hemos exterminado a muchas poblaciones humanas a través de las armas que usamos, específicamente armas biológicas y químicas.
El democidio se refiere al acto de un gobierno que mata a individuos o grupos de individuos. Este término abarca una amplia gama de acciones violentas llevadas a cabo por las autoridades gubernamentales, incluyendo, entre otras, el genocidio, el exterminio sistemático de un grupo étnico o nacional en particular, y el asesinato político, que implica el asesinato selectivo de individuos en función de sus afiliaciones o creencias políticas.
El democidio se caracteriza por acciones deliberadas destinadas a causar la muerte o un daño grave, así como un desprecio flagrante por la vida humana que a menudo conduce a bajas masivas. El término fue introducido por el profesor R.J. Rummel, que buscó crear una clara distinción entre los actos de asesinato cometidos por los gobiernos y otros tipos de homicidio. Su trabajo destaca la importancia de reconocer y comprender la naturaleza única de la violencia patrocinada por el estado, que puede tener efectos devastadores en las sociedades y comunidades, ya que refleja la medida en que un gobierno puede priorizar sus intereses sobre la vida de sus ciudadanos.
Al identificar el democidio como una categoría distinta de violencia, Rummel tuvo como objetivo arrojar luz sobre la necesidad de responsabilidad y prevención frente a tales atrocidades, enfatizando las responsabilidades morales y éticas de los gobiernos de proteger en lugar de dañar a sus poblaciones.
También hay que reflexionar acerca del ecocidio. El ecocidio se refiere al daño, destrucción o pérdida de los ecosistemas, particularmente cuando se inflige con el conocimiento del daño potencial. Polly Higgins lo describe de esta manera: «El ecocidio es un daño tanto personal como colectivo. Sin embargo, la grandeza radica en cada uno de nosotros para tomar el manto y convertirnos en voces para la Tierra».
Otro concepto es el de la desertificación. La cual ocurre cuando un terreno que no es desierto comienza a convertirse en uno. Esto significa que el suelo y las plantas empeoran y ya no pueden permitir el crecimiento de los cultivos ni el sustento de los animales. No es que los desiertos se estén expandiendo, sino que tierras que antes eran saludables pueden volverse secas y vacías. Esto puede ocurrir de forma natural, como cuando cambia el clima, o porque se talan demasiados árboles y se utiliza la tierra de forma perjudicial.
John E. Mack explicó acerca de este tema: “Necesitamos aprender que a pesar de que «nos vemos diferentes» y «pensamos diferente… todos somos vida.”
La idea de exterminar a aquellos que son percibidos como «otros» es un acto grave e inaceptable. Sin embargo, a medida que luchamos con nuestras aspiraciones de reclamar la propiedad de este planeta y agresivamente otros reinos más allá de él, podemos encontrarnos en un camino destructivo, aniquilando cualquier cosa que se interponga en el camino de nuestro derecho percibido al <dominio>.
Este ciclo de destrucción plantea profundas preguntas sobre nuestros valores, ética y la naturaleza misma de nuestra existencia en este planeta. Nos desafía a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones y las filosofías que las gobiernan, instándonos a buscar caminos más compasivos e inclusivos.
Mi jornada hacia el estudio de la religión comenzó en 1970 cuando asistí a una escuela católica durante mis años de formación en Puerto «Pobre». No fue hasta 1988 a 1995 que profundice en el tema, entrelazando mi exploración de la religión con la filosofía occidental y más tarde oriental. Me di cuenta de que la filosofía y la religión están intrincadamente conectadas, y también lo está el concepto de gobernanza y política.
A través de los mecanismos de gobierno, se establecen sistemas educativos, dando forma a las mentes y creencias de los individuos. Cada cultura imparte sus ideologías filosóficas, dictando lo que se espera que aceptemos y practiquemos. Nuestros comportamientos, pensamientos y acciones no nacen de una comprensión innata, sino que se aprenden a través del lente cultural en que estamos inmersos. No poseemos el lujo de la elección en lo que aprendemos; absorbemos las creencias y prácticas que nos rodean y respondemos de acuerdo con ese condicionamiento.
Los gobiernos operan como extensiones de los reinos y monarquías que han persistido durante mucho tiempo en nuestro planeta. ¿Alguna vez has reflexionado sobre cómo estos reinos y monarquías han logrado perdurar durante un período tan largo?
Existe una noción profundamente preocupante de que cualquier cosa considerada inferior por un ser o grupo autoproclamado superior debe ser erradicada por completo. Pero, ¿qué constituye un delito «peor»? ¿Las atrocidades cometidas contra la humanidad son comparables a la destrucción de nuestro planeta y de todos sus habitantes? ¿Cuál es el verdadero costo de la existencia? ¿Cuál es el costo de nacer en este planeta o en cualquier otro cuerpo celeste en el universo? ¿Cuál es el costo de nuestro propio planeta? ¿Cuál es el costo de todo lo que existe, incluyendo la intrincada red de vida que nos une? ¿Puede algún individuo o entidad reclamar la propiedad de todo este planeta, incluyendo la luna, las estrellas, las galaxias y todas las existencias que las habitan? ¿Es posible siquiera imaginar un escenario así? ¿Quién sería el propietario legal de esta vasta extensión de espacio y tiempo?
A medida que continuamos lidiando con la idea de poseer y controlar lo que percibimos como nuestro, debemos enfrentarnos a estas preguntas fundamentales.
El concepto de eugenesia, una vez promocionado como un medio para «mejorar» la especie humana, es ahora una ideología obsoleta y desacreditada. Persiste únicamente debido a la noción equivocada de superioridad sobre aquellos considerados inferiores. Todos somos seres inteligentes y capaces, dotados de la capacidad de adaptarnos, aprender y procrear infinitamente. Somos parte de un ciclo eterno de existencia, unidos por los hijos e hijas de la vida. Se nos ha dado la oportunidad de habitar este planeta, convertirnos en seres humanos y contribuir al rico tapiz de la vida.
No nos limitamos a ser estadounidenses, puertorriqueños, cubanos, italianos, pueblos indígenas, rusos, chinos, brasileños, británicos o cualquiera de esas etiquetas que nos asignamos a nosotros mismos; somos seres humanos, unidos en nuestra existencia compartida.
Las supuestas naciones y fronteras que nos separan son meras construcciones, barreras ilusorias que no explican las leyes cosmológicas subyacentes que gobiernan nuestro universo. Estas leyes, que gobiernan no solo nuestro planeta, sino también el lejano mundo de Marte y otras galaxias, dictan el intrincado equilibrio de nuestro ecosistema.

