Política-Opinión
Por José Augusto Acevedo
Para Prensa Sin Censura
El ciudadano que no protesta, que no reclama, que no alza la voz, no es inocente. Es cómplice. El que dice “no me meto en eso, no me gusta la política” mientras el gobierno abusa, roba o humilla, es un traidor. El que se escuda en que “nada cambiará” es, simplemente, un cobarde que prefiere agachar la cabeza mientras otros reciben los golpes.
La verdad es brutal: nadie está exento. La ciudadanía no es un pasatiempo. Es un deber. Cuando el gobierno falla y el pueblo calla, el vacío lo llena el opresor.
Muchos piensan que evadir las protestas, esquivar las discusiones públicas, mantenerse “neutral” es una forma de mantener la paz. Para nada. El ciudadano que no participa es el último eslabón del miedo colectivo. No solo permite el abuso: lo normaliza. Acepta, por omisión, que las cosas sigan como están. Al final, no es víctima: es uno de los tantos que sostienen al abusador.
Quien, sabiéndolo todo, decide no hacer nada, es un cobarde. Eso no es falta de tiempo, no es ignorancia, no es prudencia. Es miedo puro, destilado, crudo. El miedo a perder lo poco que se tiene, el miedo a incomodar al jefe, el miedo a quedar mal con los vecinos o con la familia. Y ese miedo, que parece tan personal, acaba por ser una contribución directa al sistema corrupto.
No participar no te salva: te hunde. Porque en política, como advirtió Pericles y repitió Sartre, la indiferencia es el terreno fértil de los tiranos. Quien se niega a pelear está eligiendo ser gobernado por los peores. Quien no enfrenta al opresor está eligiendo servirle.
Así que, tú que me lees y te sientes aludido, no, no eres inocente por quedarte en casa. No eres neutral. Eres parte del problema. Eres la peor manifestación de irresponsabilidad histórica. Y no, no existe el derecho a ser pendejo. Aunque tantos lo reclamen en silencio.

