Publicado por Antonio Spadaro y Marcelo Figueroa
La Civiltà Cattolica
Una de las características de estos movimientos es el énfasis que ponen en la «alianza» sellada por Dios con su pueblo, sus testamentos de la Biblia. Y principalmente se ha tratado de alianzas con sus patriarcas. Es así como el texto de la alianza con Abrahán ocupa un lugar central, en el sentido de la prosperidad que promete. La lógica de este concepto del «Dios de las alianzas» es que, del mismo modo que los cristianos son hijos espirituales de Abrahán, también son herederos de los derechos materiales, de las bendiciones financieras y de las ocupaciones territoriales terrenas. Más que de una alianza bíblica parecería que se trata de un «contrato».
Kenneth Copeland escribió en su libro The Laws of Prosperity [Las leyes de la prosperidad] que, habiendo Dios establecido la alianza y estando la prosperidad entre los legados de esa alianza, el creyente debe tomar conciencia de que, hoy, la prosperidad le pertenece por derecho.
En estas teologías la pertenencia filial de los cristianos en cuanto hijos de Dios se reinterpreta como la de los «hijos del rey»: una filiación que da a quienes la reconocen y proclaman derechos y privilegios monárquicos, principalmente materiales. Harold Hill, en su libro How to be a Winnner [Cómo ser un ganador], escribió: «Los hijos del rey tienen derecho a recibir un tratamiento especial porque gozan de una relación especial viva, de primera mano, con su Padre celestial, que ha hecho todas las cosas y sigue siendo su Señor».
Otro concepto central de esta teología, íntimamente relacionado con el anterior, es el principio de «siembra» o de «semilla». El texto clásico de referencia es Gál 6,7: «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará». Pero también Mc 10,29-30: «Jesús dijo: “En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y, en la edad futura, la vida eterna».
La prosperidad material, física y espiritual halla uno de sus textos preferidos en el vers. 2 de la Tercera Carta de Juan: «Querido, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y que tengas buena salud»[12]. En el Antiguo Testamento, el texto de referencia es Dt 28,1-14.
Los pasajes son interpretados de manera totalmente funcionalista. Por ejemplo, en el libro God’s Will is Prosperity [La voluntad de Dios es la prosperidad], la predicadora Gloria Copeland escribió, en referencia a donaciones para los ministerios como el suyo: «Das un dólar por amor al evangelio, y ya te tocan 100; das 10 dólares, y a cambio recibirás 1000 de regalo; das 1000 dólares, y a cambio recibes 100 000. Si donas un avión, recibirás cien veces el valor de ese avión. Regala un automóvil y obtendrás tantos automóviles que ya no tendrás necesidad de ellos durante toda la vida. Dicho brevemente, ¡Marcos 10,30 es un buen negocio!».
En definitiva, el principio espiritual de la siembra y la cosecha, a la luz de una interpretación evangélica completamente extrapolada de su contexto, es que dar es ante todo un hecho economicista que se mide en términos de retorno de la inversión. Se olvida, por tanto, lo que se lee inmediatamente después de Gál 6,7: «El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna» (vers. 8).
Mañana: El pragmatismo y la soberbia del éxito

