La animalidad consciente en “Soy una mamífera triste con dos manos”: Un homenaje crítico a Angelamaría Dávila

Musas

Por Misael Pérez Prieto

Poeta y Ensayista

En el natalicio (el pasado 21 de febrero) de la icónica poeta puertorriqueña Angelamaría Dávila, su eco lírico resurge en las voces que la leen y la reinventan. Esta vez la Prof. Lynette Mabel Pérez en el poema “Soy una mamífera triste con dos manos” , inspirado en “Animal fiero y tierno”, se adentra en los abismos de la animalidad humana, abordando la dualidad entre la fragilidad existencial y la fiereza instintiva.

Angelamaría, en su célebre verso “Soy un animal triste parado y caminando sobre un globo de tierra”, encarna la tensión entre lo racional y lo salvaje, lo consciente y lo visceral. Esta nueva pieza poética se pliega sobre esa herencia literaria, pero se detiene en las fisuras de la biología y el lenguaje, amplificando la vulnerabilidad del ser con un tono igualmente tierno y desgarrador.

El poema abre con una verdad inapelable: “Soy un animal sostiene la ciencia, lo dice a gritos en las páginas de los libros”. Esta afirmación, aunque objetiva, vibra con un trasfondo existencial; la biología no es solo un dato frío, sino un espejo que delata nuestra precariedad. La voz poética se enfrenta a la desnudez del cuerpo —vísceras, huesos, carne y pelo— y, desde ahí, se pregunta: “¿qué es lo que me separa del resto?” La respuesta no es inmediata ni concluyente, pues la frontera entre humanidad y animalidad se desdibuja en la tristeza misma del existir.

Pero no es solo la materia lo que interpela al yo poético; es también el lenguaje, esa herramienta que, aunque puente, muchas veces es barrera. “Soy un animal que habla y que a veces alguien le escucha”. La comunicación humana, aparentemente sofisticada, se revela como acto frágil, donde el sentido se diluye en la apariencia. La imagen del oyente que “finge escucharla mientras mira el movimiento de mis labios” destila una crítica sutil a la superficialidad de los vínculos modernos y al aislamiento inherente en la experiencia de ser.

La maternidad, figura recurrente en los discursos sobre la animalidad, emerge con fuerza simbólica en “soy una hembra con cría que arrastra pensativa su sino”. La voz poética se reconoce no solo en su biología reproductiva sino en la carga emocional y social que ello implica. No es una maternidad idílica ni glorificada, sino una maternidad existencial, arrastrada con el peso de la historia y los pensamientos. Este verso establece un paralelo directo con las figuras maternas en la obra de Angelamaría Dávila, donde la mujer no se define únicamente por su rol reproductivo, sino por su lucha interna entre lo instintivo y lo socialmente impuesto.

La mayor punzada existencial se halla en “suelto a cuentagotas este veneno de saberme viva y muerta a la misma vez”. La poeta encarna aquí la angustia de la temporalidad, esa condena de saberse efímera desde el mismo instante de nacer. La muerte no es un evento futuro sino una presencia constante en la vida consciente. Esta idea de la vida como un proceso de descomposición lenta dialoga con el existencialismo poético que permea la obra de Dávila, donde la tristeza no es un síntoma pasajero sino el fondo mismo del ser.

Sin embargo, el poema no sucumbe por completo a la melancolía. Hay destellos de rebeldía en versos como “Hay días que escapo, estremezco el cuerpo amaestrado, agredo, saco las garras y vuelo”. Este momento es el clímax de la transgresión: la poeta, consciente de su domesticación social, rompe las cadenas simbólicas y permite que emerja la fiera interior. En esta metamorfosis poética, el vuelo no es solo escape, sino redención: es la posibilidad de elevarse por encima de la tristeza inherente, aunque sea por un instante.

La relación con Angelamaría Dávila se percibe no solo en la temática, sino en la estructura y el tono. El poema homenajea el estilo directo y visceral de la poeta, pero introduce una introspección más silenciosa, casi meditativa. Donde Dávila clama, este poema reflexiona; donde Dávila muerde, aquí se observa el sangrado. Pero ambas voces convergen en un punto clave: la aceptación de la animalidad como un espacio de ternura y violencia coexistentes .

En suma, “Soy una mamífera triste con dos manos” es más que un tributo; es una extensión del diálogo que Angelamaría Dávila abrió con su poesía. La animalidad no es herejía ni degradación, sino punto de partida para explorar las fisuras de la humanidad. La tristeza no es debilidad, sino conciencia plena. En este natalicio, la poeta no solo es recordada: es reescrita, revisitada y, sobre todo, sentida.

Poema Inspirado en Angelamaría Dávila: Soy una mamífera triste con dos manos

“Soy un animal triste parado

y caminando sobre un globo de tierra

lo de animal lo digo con ternura

y lo de triste lo digo con tristeza”.

—Angelamaría Dávila

Soy un animal sostiene la ciencia,

lo dice a gritos en las páginas de los libros.

Yo me lo digo en silencio,

tengo vísceras, hueso, carne y pelo

¿qué es lo que me separa del resto?

Cuando puedo dialogo:

soy un animal que habla

y que a veces alguien le escucha,

oye tal vez la verdad en mí

o finge escucharla mientras mira

el movimiento de mis labios.

Soy más real de lo que he pensado,

soy una hembra con cría

que arrastra pensativa su sino,

el gran legado de muchos pensadores,

animales esperanzados que caminan,

suelto a cuentagotas este veneno

de saberme viva y muerta a la misma vez

y para eso no necesito de una caja.

Hay días que escapo,

estremezco el cuerpo amaestrado,

agredo

saco las garras

y vuelo.

Angela María Dávila. Foto/Diálogo UPR

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