Análisis/Opinión
Antonio Camacho Negrón
Para Prensa Sin Censura
Me decía un amigo de Nueva York: “Yo nunca he votado, pero voy a votar por Trump. Este país se está (j) hundiendo.¡Para que se acabe de (j) hundir!”
El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones, dice un viejo dicho popular. ¿Pasará Donald Trump a la historia como Mijaíl Gorbachov que intentó salvar a la Unión Soviética y terminó arrastrándola al colapso o el presidente que, movido por el afán de multiplicar su riqueza, no le importó el destino del país?
Los socialistas utópicos creían que los más ricos, una vez llegaran a cierto nivel de riqueza, y al no necesitarla, iban a distribuirla entre los pobres; pero la historia se ha encargado de demostrar que la acumulación de riqueza es una obsesión y mientras más riqueza los ricos obtienen más riqueza quieren. Parece ser que los más ricos son de la idea, a tono con los faraones egipcios, que en el inframundo pueden seguir disfrutando de ella.
A través de toda una vida, lo que ha movido al flamante Donald Trump, hoy presidente de Estados Unidos, ha sido el anhelo vehemente de riqueza, nunca el altruismo. Su glotonería por el capital lo ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. Y como ha quedado demostrado en los tribunales, su otra inclinación, secuela de esa opulencia, es el placer descontrolado con el que se ha ganado el mote de playboy.
Al igual que Javier Milei, presidente de Argentina y Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, exhibe un patrón de pensamiento y comportamiento del trastorno de personalidad narcisista. Trastorno que sin duda alguna le ayudó con el carisma y encanto a escalar el poder engatusando a la clase trabajadora con mentiras y demagogia de revivir el gran “sueño americano”.
De acuerdo a Public Citizen, ONG de ética gubernamental, Trump y su equipo poseen una riqueza sobre 460 mil millones de dólares. Riqueza arrancada a la clase trabajadora. ¿Quién es tan ingenuo para creer que estos magnates en el confort sin carencias en su burbuja encantada–todas sus necesidades, deseos y caprichos están satisfechos–puedan sentir empatía por las clases menos privilegiadas? No se puede servir a Dios y al Diablo al mismo tiempo, como bien dice el refrán. Es imposible representar los intereses de los más ricos sin empobrecer aún más a la clase trabajadora.
En un momento en que la taza de ganancia corporativa decrece aceleradamente y la riqueza se concentra en pocas manos, los más ricos se apoderan del Estado para acrecentar sus márgenes de ganancia. En la búsqueda de la disponibilidad de mayor capital para sus lucrativos proyectos, además de recortar las partidas para la educación y otros programas sociales, reducen el tamaño del estado. Para lograrlo recurren a despidos masivos de empleados federales o presionándolos para que renuncien disminuyendo sus sueldos.
Sin inmutarse, utilizan el mismo esquema que al inicio de su poder aplicó Hitler a los judíos en la Alemania Nazi con el objetivo de distraer la atención y ocultar sus malsanos actos e intenciones. Satanizan a los indocumentados, los persiguen, maltratan y deportan esposados como criminales. Expulsan de las ramas militares y agencias gubernamentales a personas con otras orientaciones sexuales. Marginan a personas con impedimentos físicos y a todo aquél que no sea incondicional a sus políticas. Además, gravan con aranceles a la mayoría de los productos que entran al país sin importarles si son de primera necesidad o son el detonante de una espiral inflacionaria. Qué valor pueden tener para ellos dichos efectos mientras puedan multiplicar sus ganancias a costa de las penurias del trabajador empleado, jubilado o desempleado.
La inflación afecta el bolsillo de la clase media y baja, pero mientras se mantenga bajo control con esporádicos desembolsos a los ciudadanos para eludir la recesión, engorda la ganancia corporativa y en particular las ganancias del grupo de magnates inescrupulosos en control del estado. (Los recipientes de esos esporádicos desembolsos se sienten muy agradecidos del gobierno sin entender que los mismos son una herramienta para seguirlos explotando.)
Como bien sabemos, los aranceles a los productos y servicios de México, Canadá, China, Brasil, Unión Europea, etc. tendrán efectos muy nocivos sobre las economías de dichas naciones y posiblemente del mundo en general; pero el incremento de la inflación en Estados Unidos y la aceleración del empobrecimiento de su población, sin lugar a dudas, se dispararán como nunca.
Veamos algunos ejemplos de las contradicciones a las que se enfrenta Trump y su séquito de parásitos financieros:
1. EE. UU necesita un dólar fuerte para hacer atractivos sus bonos de deuda, pero un dólar fuerte hace menos competitivas sus exportaciones. La competividad de las exportaciones se agrava con la imposición de tarifas:
Por un lado, el valor del dólar aumenta el flujo de dinero al tesoro federal y, por otro, se debilitan las monedas de los países tarifados afectando su capacidad de compra. Al disminuir el superávit de los países tarifados debido a las sanciones, disminuye proporcionalmente su capacidad de compra y de pagar sus deudas en dólares lo que incrementa todavía más el valor del dólar, reduce las exportaciones y dispara la inflación.
2. Uno de los objetivos de la administración de Trump es contrarrestar la influencia de China en América Latina. Sin embargo, en detrimento de esas intenciones, Canadá, México y otras naciones tarifadas, para poder paliar la debacle en sus respectivas economías, se verían obligadas a estrechar lazos económicos con China y demás naciones miembros de los BRICS+.
3. Mientras que la población hispana entre 2022 al 2023 creció un 1.8%, la población blanca tuvo más defunciones que nacimientos, de acuerdo con el último censo en EE. UU. Si la mediana de edad nacional es de 39.1 años, podemos deducir que en los blancos es significativamente más alta. ¿Quién va a sustituir la fuerza de trabajo si el mayor grupo étnico sigue envejeciendo y apenas se reproduce? A los sectores dominantes anglosajones les aterroriza la posibilidad que un día los hispanos junto a otros grupos étnicos minoritarios, sean la mayoría en EE. UU. y desplacen a los blancos en los centros de poder. Esta amenaza para la clase dominante es la principal razón detrás de la persecución y extradición de los indocumentados, no por ser delincuentes como los quieren etiquetar.
4. La inmensa mayoría de la clase media y baja anglosajona, intoxicada con el gran sueño americano, está extremadamente aburguesada. Si los blancos estadounidenses se avergüenzan de que los vean intimando con un negro o latino, imagínense como se sentirían que los vieran viviendo en sucios barracones, haciendo trabajos insalubres o infrahumanos como limpiar pozos sépticos y letrinas, corrales de cerdos y gallinas, sacando las tripas a los pollos, intoxicándose con herbicidas, etc. Tampoco están hechos para trabajar largas jornadas bajo el candente sol de Texas y California.
Los indocumentados llenan el vacío que deja la población blanca que envejece y apenas crece, hacen el trabajo que ellos no están dispuestos a hacer, ayudan a la economía como consumidores y a controlar la inflación al enviar buena parte de sus ingresos a los familiares fuera de EE.UU.
Si agregamos a las contradicciones arriba señaladas el imparable endeudamiento de EE. UU., la desaceleración productiva nacional, el caos social, la gradual pérdida protagónica del dólar como divisa internacional y el crecimiento constante de los BRICS+ inminentemente, todas las medidas que pueda tomar Trump con la intención de hacer a América grande otra vez serán contraproducentes y sólo conducirán a acelerar la decadencia del imperio. No obstante, para la felicidad de Trump y su pandilla de plutócratas, un caos en la economía estadounidense es muy favorable para sus fortunas. Se multiplicará el valor de sus inversiones en oro, plata y en otros bienes tangibles.
Ante este panorama ¿qué puede esperar la alegre colonia, cuna del patriotismo cricatón de Bad Bunny? Sin lugar a duda, se achicará nuestro bolsillo y aumentarán las penurias de muchas familias. Todos nosotros –excepto jueces del tribunal supremo, gobernador, senadores, legisladores y otros vividores públicos que se aumentan el sueldo cada vez que le viene en gana– nos veremos obligados a hacer ajustes y buscar la manera de sobrevivir. Lo cual no será nada fácil si no somos capaces de exhumar la solidaridad de nuestros antepasados sepultada por la americanización. Si, además, no superamos ese sentimiento de indiferencia que nos lleva a creer que, por un acto de magia, intervención Divina o votando por otro partido todo cambiará. Igualmente, si no somos capaces de empoderarnos y sentirnos dueños de nuestro destino como nación y, sobre todo; si no nos armamos de valor para tirarnos a la calle a exigir mejores condiciones de vida y transformaciones radicales en la gobernanza del país. Sólo la acción concertada de un pueblo unido podría hacer la diferencia.

