Nota del Editor: Primero de dos ensayos. Prensa Sin Censura promueve el debate e intercambio de ideas. Este medio independiente respeta el criterio de sus colaboradores, sin que ello signifique que necesariamente los comparte.
Por Pablo Francisco Cruz-Azize
Para Prensa Sin Censura
“¿De qué nos sirve orar como cristianos si al final terminamos votando por todo lo contrario?”
La anterior frase fue compartida por varios activistas religiosos, católicos y protestantes, en los días que precedieron las elecciones generales. Es una pregunta necesaria ya que naturalmente, como reconoció Pedro Albizu Campos, “toda nacionalidad debe fundarse sobre el espíritu religioso que anima a sus habitantes”, pero conviene además preguntar por qué es que ocurre este fenómeno denunciado por los religiosos.
No tiene esta pregunta una sola respuesta, pero la respondería aquí de la siguiente manera: porque Puerto Rico ha sido invadido y colonizado por los Estados Unidos de América, la nación que más se ha opuesto a la política cristiana y católica en los países de la América nuestra.
El gran problema político más evidente en Puerto Rico desde la invasión estadounidense en 1898 fue, es y sigue siendo la definición de su estatus territorial. Los partidos se dividen y las elecciones se deciden no por una “derecha conservadora” y una “izquierda liberal o progresista”, sino según las preferencias de estatus como se demostró nuevamente en el 2024 a pesar de que ciertos sectores inconformistas trataron de convencernos de que el problema era el “bipartidismo” o los “corruptos”.
Los electores puertorriqueños opinan que nuestro estatus político determina todo lo demás. No digo que su proceder sea siempre correcto, pero tienen mucha razón porque nuestra falta de gobierno propio por ser una colonia nos despoja de los poderes necesarios para tomar las mejores decisiones para el bien común del País. Se comprende pues cómo en este contexto es muy difícil “votar como cristianos” cuando hay otros factores que también están en juego.
Implicaciones religiosas del estatus
Se hace así necesario discutir las implicaciones religiosas del estatus de Puerto Rico en relación a los Estados Unidos. Admito que es una discusión muy incómoda porque generalmente no deseamos imponer nuestras creencias a los demás ni dejar que otros nos impongan las suyas, pero debemos tenerla si queremos alcanzar la Verdad y decidir lo mejor para nuestro país en esta era postmodernista. Aclaro que no pretende ser este escrito una exposición de doctrina religiosa, sino que es un relato histórico para crear conciencia de un tema que poco se toca.
Es más necesario todavía traer el tema cuando creo que se ha suprimido. La supresión de esta cuestión se da en mi opinión desde el propio poder colonial. Es posible que quiénes lo administran no tengan plena conciencia de ello, pero ellos no son tontos y saben que la combinación de fervor religioso y patriotismo que podría resurgir si el asunto se aborda sería capaz de acabar con su dominio.
Esto es así porque las diferencias entre Puerto Rico y los Estados Unidos van mucho más allá que el idioma o la mera “cultura”. La diferencia tan radical entre ambas naciones se debe a que cada una de ellas pertenece a una tradición distinta e incompatible con la de la otra. El origen de ambas tradiciones contrarias se encuentra en una lucha religiosa que comenzó hace 500 años.
Hubo un tiempo en el cual imperaba en el ala occidental del Viejo Continente la autoridad espiritual de la Iglesia Católica. Era la era de la Cristiandad y su centro era Europa. Surgieron allí varias naciones cristinas, entre las cuales se destacan nuestra Madre Patria España e Inglaterra, de donde provinieron los fundadores de los Estados Unidos. Dos tradiciones derivan de ambas naciones.
La primera fue forjada en reconquista contra los invasores islámicos y unificada bajo la Monarquía Católica. Impulsó por el celo de expandir la Fe universal la cristianización del Nuevo Mundo que llevó a su dolorosa conquista pero que redundó en el nacimiento de nuestras naciones a través del mestizaje. Las reflexiones de hombres como Francisco de Vitoria que ponderaron y debatieron la legitimidad de las conquistas propició el desarrollo del derecho de gentes basado en una interpretación cristiana y católica del derecho natural. Es la tradición de nuestra Madre España, que defendió a ultranza el orden viejo, el orden medieval, el orden cristiano.
Fue esta tradición la que se estableció primero en Puerto Rico durante los inicios de la Conquista de América. Esto significa que Puerto Rico es una nación hispana y americana que, en las palabras que recuerdo de una homilía del Obispo de Mayagüez Ángel Luis Ríos Matos, “nace en el seno de la Iglesia” por la mezcla entre conquistadores españoles, nativos indígenas y africanos importados como esclavos.
La segunda, que no debe tal vez sorprender considerando que fue precedida por la quema vergonzosa y triste en la hoguera de Juana de Arco la santa defensora de la cristiana Francia, surgió en oposición a este orden. Ocurrió porque una nación que por siglos fue cristiana abandonó la Fe. Comenzó progresivamente esta nueva tradición cuando un rey inconforme con su matrimonio, en el contexto de la llamada “Reforma Protestante” iniciada en Europa por Martín Lutero, decidió desconocer al Papa y convertirse en la suprema autoridad religiosa de su país para dejar a su mujer y casarse con otra. Fue el inicio de la Iglesia Anglicana y de la separación de Inglaterra de la Iglesia Católica, que produjo una nueva tradición protestante que culminó en el liberalismo.
Comenzó una lucha entre la España fiel a la Iglesia Católica y la protestante Inglaterra. Esta guerra de origen religioso entre naciones se luchó en América: los ataques a San Juan de Francis Drake el Dragón de los Mares y George Clifford el Conde de Cumberland son todavía recordados en las escuelas de Puerto Rico. No pudieron los ingleses establecerse en Puerto Rico, pero sí lograron hacerlo en Norteamérica.
Algunos de los colonos ingleses de América del Norte fueron precisamente los protestantes más anticatólicos: los llamados puritanos que querían eliminar de la religión cristiana todo vestigio de catolicismo y que no eran bienvenidos en Inglaterra. Las colonias inglesas, con la excepción notable de Maryland (y, tal vez, de Pennsylvania), se tornaron así en baluartes de la “libertad religiosa” para casi cualquier religión siempre y cuando no fuera la católica.
Tampoco hubo “libertad religiosa” para los anglosajones en su madre patria Inglaterra: los puritanos del Señor Protector (Lord Protector) Oliver Cromwell establecieron una dictadura tras una violenta Guerra Civil Inglesa. La misma cayó tras su muerte y retornó la monarquía, cuyos reyes estaban retornando al catolicismo. Fue por esto que cuando el parlamento protestante se enteró de que el rey católico Jacobo II (James II) tuvo un hijo varón, lideró una Revolución Gloriosa en 1688 y entregó el poder a su hija María casada con el protestante William de Orange bajo condición de firmar una Carta de Derechos que contribuiría a establecer la supremacía parlamentaria.
Vivió en este contexto revolucionario John Locke, filósofo que basado en una distorsión del derecho natural en un país protestante sentó las bases del liberalismo. Se dice dentro de la tradición anglosajona liberal que Locke inspiró a Thomas Jefferson, autor de la declaración de independencia de las 13 colonias inglesas norteamericanas que tras rebelarse contra Gran Bretaña (unión entre Inglaterra y los países de las Islas Británicas) bajo el liderato del General Washington formaron los Estados Unidos de América. Las ideas de vida, libertad y búsqueda de la felicidad se volvieron la base de la ideología estadounidense y fueron reflejadas en los documentos fundacionales de la nación e interpretadas liberalmente. Consiguieron los católicos anglosajones de los Estados Unidos su “libertad religiosa” con la independencia y los católicos estadounidenses desarrollaron un natural y legítimo amor patrio por su nación, pero los prejuicios anticatólicos de sus compatriotas protestantes presentes durante la rebelión (luego moderados por la intervención de Francia y España a favor de su causa contra Gran Bretaña) continuaron durante el siglo XIX y permanecen en alguna medida incluso hasta el día de hoy.
Vimos en esta primera parte de este ensayo cómo Puerto Rico y los Estados Unidos son herederos de dos tradiciones religiosas diferentes y cómo el protestantismo anglosajón propició en Gran Bretaña y en los Estados Unidos el desarrollo del liberalismo. Veremos en una segunda parte el impacto de la expansión estadounidense y del liberalismo en los países hispanoamericanos. Podrá apreciarse en la futura segunda parte el legado político en Puerto Rico de una lucha, religiosa en origen, de siglos. Considero necesaria dicha exposición para comprender las posibles implicaciones religiosas de nuestro estatus político.

