Opinión
Antonio Camacho
Frente Anti Electoral
Ante la carencia de soberanía nacional, del poder absoluto del Congreso de EE. UU. y la imposición de la Junta de Control Fiscal, el voto es la máxima expresión del sentimiento de impotencia del puertorriqueño.
En una nación soberana, el voto podría considerarse una expresión de libertad; puesto que podría trastocar las políticas internas y desviar el rumbo de la política externa. En una colonia, como Puerto Rico, cuyos poderes están secuestrados por el poder subyugante, EE. UU., el voto es solamente una expresión de impotencia y sumisión. No cambia nada. No trastoca nada.
En términos políticos, el votante, una vez vota, se convierte en un cero a la izquierda por los próximos 4 años. Carece de todo poder para alterar en lo más mínimo las políticas diseñadas por las figurillas nacionales impulsoras de las políticas imperiales. Y tiene que esperar otros cuatro años para sólo cambiar una cara, si es que no fue su selección anterior o la que eligió dejó de gustarle.
El voto en una colonia es sólo un ejercicio ilusorio de poder. Un ejercicio donde en la euforia de la contienda, en una especie de orgasmo emocional, los adversarios vacían sus frustraciones y canalizan su impotencia.
Como bien está documentado, la euforia aumenta los niveles de adrenalina, estrógeno, testosterona y opiatos naturales lo que lleva experimentar a los eufóricos un éxtasis paradisiaco que los enajena de la realidad existencial.
Puerto Rico era una colonia antes de su voto y sigue siendo una colonia después de su voto, pero el eufórico se hace de la ilusión que vive en una democracia y que con su voto lo puede cambiar todo. Por eso algunos gritaban, “¡Estamos a 24 horas del cambio!”
Las masas se comportan como toda manada en la naturaleza. Es cuestión de trazarle el rumbo y establecer los parámetros a su alrededor para que lleguen al destino deseado. Tarea ejecutada por las instituciones al servicio del imperio: radio, televisión, prensa, redes sociales, educación, religión y propagandistas políticos.
Las pasadas elecciones fue una gran demostración de esa euforia en la que predominaron los clichés disfrazados de slogans, no el pensamiento crítico, menos el análisis racional, y donde el triunfalismo descabellado contagió a muchos a los que uno jamás podía imaginar que se dejarían arrastrar por los aullidos de la manada. Pero así es la vida; la entereza de carácter y la claridad mental no es atributo de todos.

