La mentira de la infalibilidad papal

JAIME TORRES TORRES

Prensa sin censura

Tras poco más de dos años y medio de la destitución del Obispo de Arecibo, Daniel Fernández Torres, el problema de la Iglesia que peregrina en Puerto Rico y otros lugares tiene un nombre: el Papa Francisco.

No es la falta de coherencia pastoral, las contradicciones, disidencias y pluralidad ideológica en la Iglesia Católica de Puerto Rico; tampoco el Arzobispo de San Juan Roberto González Nieves ni sus homólogos en la renovada Conferencia Episcopal Puertorriqueña.

El problema tampoco lo fue Álvaro Corrada del Río, que en su retiro por mayoría de edad, aterrizó en Arecibo como Administrador Apostólico, puesto que ocupó hasta que Francisco nombró al franciscano Alberto Arturo Figueroa Morales.

El problema, tras dos años y medio de la destitución de Monseñor Daniel, es el Papa Francisco y si se quiere, la Santa Sede, el Estado del Vaticano, Roma…

Porque no ha sabido articular una respuesta pastoral a las intrigas del drama colonial de Puerto Rico, pecando socialmente de omisión ante el lastre del colonialismo que entraña divisiones, luchas de poder, antagonismos e hipocresías con un efecto terrible: la erosión de la credibilidad de la Iglesia Católica jerárquica en Puerto Rico.

La Iglesia Católica en Puerto Rico, como sucede con otras instancias, es reflejo del pecado social de la colonia.

La historia es reveladora y muy elocuente: al obispo jesuita Antulio Parrilla Bonilla lo marginaron por su visión nacionalista, que nada simpática resultó al Cardenal Luis Aponte Martínez, un estadolibrista nato que no admitía disidencias en el episcopado.

No fue suficiente que Antulio fuera precursor del movimiento cooperativista en Puerto Rico y que denunciara proféticamente los daños de la Marina de Guerra de Estados Unidos a Culebra y Vieques.

Otro episodio triste fue el del obispo de Caguas, Monseñor Enrique Hernández, sustituido por la controversia en la Montaña Santa en San Lorenzo y la leyenda de la aparición de la Virgen María.

Y casi se repite la historia de intrigas y luchas de poder cuando bajo el pontificado de Benedicto XVI, su delegado apostólico, el polaco Josef Wesolowski, muerto misteriosamente en El Vaticano, inició una persecución contra Monseñor Roberto González Nieves ofm para desbancarlo de la silla arzobispal en la Arquidiócesis de San Juan.

El Cardenal se enfermó y murió en 2012. Incluso, entre 2012 y 2013 la presión incluyó la solicitud de renuncia, a la que como el Obispo Daniel, Roberto no accedió.

La persecución comenzó en 2008 y entonces Roberto fue protegido acá por el Cardenal Luis Aponte Martínez, a quien sustituyó en la Arquidiócesis de San Juan.

Si el hoy difunto Benedicto XVI no hubiera renunciado el 28 de febrero de 2013 de seguro Roberto hubiera sido destituido por distintas razones, siendo la principal el establecimiento del Altar de la Patria en la Catedral de San Juan, iniciativa que irritó al laicado, al clero y episcopado de tendencias anexionistas.

El argentino Jorge Mario Bergoglio fue electo Papa en el cónclave posterior y seleccionó el nombre Francisco. Entonces estallaba en los medios el escándalo de pornografía infantil y abuso sexual de Wesolowski contra menores en la República Dominicana y el nuevo Pontífice lo degradó al estado laical y mientras aguardaba por juicio eclesial en la Santa Sede murió misteriosa y súbitamente de causas desconocidas.

El 28 de enero de 2014 la licenciada Agnes Poventud reveló a la prensa una denuncia contra el entonces obispo de Arecibo, Daniel Fernández Torres “por haber cometido un supuesto acto de índole sexual contra un hombre cuando éste era menor de edad”.

No se aplicó el canon de la “medida cautelar” y posteriormente la Congregación para la Doctrina de la Fe, que sí había solicitado la renuncia del Arzobispo Roberto, archivó el caso.

Daniel sobrevivió esa tormenta y salió más fortalecido como obispo. El más joven de los prelados de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña gobernó la Diócesis de Arecibo con absoluta libertad, pero en poca comunión con sus homólogos, más por razones políticas e ideológicas, además de criterios fundamentalistas en torno a la ley natural y lo relacionado al aborto y la unión entre parejas del mismo sexo.

No firmó la carta de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña en que en 2019 exigían la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló y en 2021 fue el único obispo que declinó seguir las directrices del Papa Francisco respecto a la vacunación contra el Covid-19.

El Arzobispo Roberto alega que Francisco lo destituyó por “insubordinación”, pero se sabe que la mayor parte de sus homólogos en la Conferencia Episcopal hace tiempo literalmente clamaban por su salida.

Esta vez, contrario al pontificado de Benedicto XVI, le tocó estar en la rueda de abajo y ya conocemos el desenlace.

Un desenlace (su destitución) que ha debilitado una institución eclesial decadente.

No faltaron prelados de otras latitudes, que sin ser presa del miedo, denunciaron la destitución, como lo hizo Monseñor Aguer de La Plata en Buenos Aires. Acá senadoras católicas como Joanne Rodríguez Veve lamentaron el despido de Daniel.

Finalmente el remanente de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña de la época previa a la muerte del Cardenal Aponte Martínez se renovó. Por primera en su historia, la Conferencia es netamente puertorriqueña: Roberto en San Juan, Tomás González como su obispo auxiliar; Rubén González Medina en Ponce; Eusebio Ramos Morales en Caguas; Ángel Luis Ríos en Mayagüez, Alberto en Arecibo y el carmelita Luis Miranda en Fajardo-Humacao, obispo pro vacuna Covid que llegó a antagonizar con Daniel cuando éste invocó la objeción por conciencia contra la puya experimental que hoy causas estragos a los vacunados.

Al Arzobispo Roberto, si analizamos bien, Francisco lo pudo remover de su posición por los escándalos de abuso sexual en la Arquidiócesis, la polarización entre sus feligreses, el fracaso de la pastoral juvenil, la paralización del Santuario Nacional a la María Madre de la Divina Providencia, el triste caso con las pensiones de los maestros católicos, la demanda que perdió, la bancarrota de la Arquidiócesis y la venta de parte del patrimonio eclesial, como el Palacio Arzobispal, a intereses financieros neoliberales.

Las razones para la destitución de Daniel, conforme al récord, son de poca monta. Lo que no se dice es que las diferencias políticas e ideológicas sí, amén de posturas pastorales rígidas en una era en que evidentemente Francisco libera a la iglesia y la atempera a un nuevo orden mundial.

Como el récord no miente, conviene recordar que el canon 259 del Derecho Canónico no obliga a un obispo diocesano a trasladar a sus seminaristas a un Seminario Interdiocesano.

“Corresponde al Obispo diocesano, o a los Obispos interesados cuando se trate de un seminario interdiocesano, decidir lo que se refiere al superior régimen y administración del seminario”.

Sencillo: Monseñor Daniel optó por mantener a sus seminaristas en el Seminario de Pamplona, España, que hacía poco más de 10 años fundó para la Diócesis de Arecibo.

No hay duda de que el problema es el Papa Francisco, cuyo pontificado originalmente resultó simpático pero que ha sido más mediático que otra cosa, alineándose con los lobbies laicistas y las estructuras globales de poder financiero, como las farmacéuticas que han comprado conciencias en gobiernos y medios de comunicación corporativos para propagar terror en torno al Covid y la solución de una vacuna experimental que ha comprometido la salud de millones y no garantiza que vacunados se enfermen y mueran.

Amparado en la objeción por conciencia, el Obispo Daniel relevó a los fieles de la Diócesis de Arecibo de la inoculación. Esa, a juicio de este periodista, es su mayor aportación desde su episcopado de diez años.

La Doctrina Social de la Iglesia, en el # 399, establece: “El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o las enseñanzas del Evangelio”.

Y añade: “Es un grave deber de conciencia no prestar colaboración, ni siquiera formal, a aquellas prácticas que, aún siendo admitidas por la legislación civil, están en contraste con la ley de Dios”.

Sin embargo, es indiscutible que aunque San Pedro, el Primer Papa, en Hechos de los Apóstoles 5; 29 advierte que “se debe obedecer a Dios antes que a los hombres”, el Papa Francisco hace lo que quiera amparado en su poder supremo y sin rendirle cuentas a nadie porque como versa el canon 1404 del Código de Derecho Canónico “el Romano Pontífice no puede ser juzgado en la tierra por potestad alguna humana. El Papa en la Iglesia es juez supremo a quien sólo Dios puede juzgar”.

El obispo Daniel, como el destituido obispo de Tyler, Texas, Monseñor Joseph Strickland, desafió al Papa Francisco y su “poder divino” y pagó el alto precio de su gallardía dejando huérfanas a sus ovejas en la Diócesis de Arecibo.

El Papa Francisco es el problema y los prelados puertorriqueños de la Conferencia Episcopal también por su falta de solidaridad con su hermano prelado.

Pero, como versa el Derecho Canónico, el magisterio del Papa es “infalible”, de manera que ya parecen normales los matrimonios entre personas del mismo sexo y la administración de sacramentos como el bautismo a los transexuales.

Sepan, contrario al canon 1404 del Derecho Canónico, que el papa sí es falible y posiblemente tan pecador como usted y como yo.

Papa Francisco. Foto/ACI-Prensa

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