JAIME TORRES TORRES NC PNL, TC
Periodista y Editor
PRENSA SIN CENSURA
La experiencia del duelo ante la pérdida de un ser querido varía de persona en persona y generalmente resulta más dolorosa y difícil de sobrellevar en fechas especiales como las vacaciones de verano, el Dia de las Madres o los Padres, Navidad, Año Nuevo y el día de cumpleaños.
Aunque los procesos de pérdida también abarcan la salud, empleo, mascotas y bienes materiales, en este artículo enfocaremos el impacto del fallecimiento de personas cercanas.
No todos los seres humanos responden o reaccionan igual. Las etapas del duelo, que enumeran los autores del libro “Sobre el Duelo y el Dolor”, Elisabeth Kubler Ross y David Kessler, necesariamente no son experimentadas en un orden específico. Esto es diferente en cada persona y dependerá de la cultura y los convencionalismos porque la muerte es una experiencia muy personal e individual.
A continuación, un resumen de las etapas del duelo, según detalladas por los autores de “Sobre el Duelo y el Dolor”, atemperadas a estos días de fiesta, descanso y celebración.
ETAPAS DEL DUELO
NEGACIÓN – Regularmente se manifiesta con pensamientos, expresiones, ideas y afirmaciones de incredulidad. “Esto no me puede estar sucediendo a mí”. “Esto debe ser una pesadilla”. “No es cierto que fulano murió”. Son algunas de las expresiones que caracterizan la negación en el proceso de duelo o pérdida de un ser querido.
Los autores señalan que la negación “nos ayuda a sobrevivir la pérdida”. Es como un mecanismo de defensa, tal vez por antonomasia o quizás providencial, que suele manifestarse con naturalidad y que viene acompañado de desánimo, neutralización e interrupción de las actividades cotidianas y una reflexión muy subjetiva [y a veces hasta egoísta] del final de la persona amada, sea por una enfermedad o por un accidente o desenlace súbito.
En la etapa de la negación, a nivel subconsciente, comenzamos a alambrar una realidad: esa persona jamás estará con nosotros.
La Tanatología recomienda no reprimir el llanto, pero sí entender que el difunto, si era creyente, más que nuestras lágrimas lo que agradecerá su espíritu serán los rezos, devocionales póstumos y las oraciones.
Se recomienda durante las vacaciones de verano, en Acción de Gracias, Navidad, Año Nuevo, Epifanía y su cumpleaños evocar su memoria con anécdotas y relatos de las experiencias gratas compartidas. También se sugiere, al preparar la mesa, reservar una silla y servir como si estuviera presente (espiritualmente lo está) con sus seres amados.
IRA o CORAJE
En esta etapa nos molestamos e irritamos. La ira nos arropa. El coraje, no pocas veces, nos nubla la razón. Si el ser amado convaleció bajo el flagelo de una larga enfermedad, durante la cual fuimos testigos de sus dolores, quejas, deterioro y sufrimiento, a veces le cuestionamos a Dios por qué, si se supone que es un Dios bondadoso, permitió tanto dolor a una persona buena.
Cuando pensamos que no merecía sufrir, nos tornamos iracundos con Dios o la deidad en quien creamos, incluso si la muerte es repentina, a causa de la vacunación COVID.
La ira o el coraje es una etapa necesaria en el proceso curativo y se puede extrapolar a otras personas en el núcleo familiar al pensar o fijarnos en la idea de que pudieron hacer más por el difunto. También se suele culpar a los médicos y enfermeros convencidos de que pudieron hacer mucho más para mitigar el dolor y evitar la muerte y no lo hicieron. Asimismo al estado y las instituciones de salud por su insistencia en el pinchazo.
No pocas veces la ira o el coraje se canalizan hacia uno mismo al pensar que pudimos estar más cerca de la persona en su lecho de enferma y atenderla con todo el corazón.
La llegada de cada fecha especial es oportuna para cerrar el capítulo de las lamentaciones y al reconocer que, tarde o temprano, también moriremos alambrar la esperanza de que algún día en el misterio inescrutable de la trascendencia de la temporalidad se alberga la certeza de que se volverán a ver en el Amor que es más fuerte que la muerte.
En estos días de vacaciones, en que se agudiza la nostalgia, en mis terapias sugiero escuchar su música favorita y visitar sus lugares predilectos.
NEGOCIACIÓN
En nuestra cultura y sociología, el cultivo de la espiritualidad es fundamental, según se generaliza, para sobrellevar el fallecimiento de nuestros seres queridos. Hay personas que la idea de la muerte les desvela. Tanto la de sus seres queridos, particularmente hijos y cónyuges, y el propio fallecimiento.
A nivel consciente, negociamos “comportarnos bien”, “ser correctos”, “generosos” y “buenos cristianos” a cambio de que la experiencia de la muerte no nos toque. A veces se ofrecen promesas por la recuperación del ser amado doblegado por la enfermedad y, de manera inconsciente, como si pudiéramos evitar el trago amargo de la vida que todas y todos probaremos, modificamos conductas, estilos de vida y hábitos para armonizar con la espiritualidad suprema que llamamos Dios, que se revela en la persona de Cristo y que puede, según pensamos, relevarnos de la experiencia común de la muerte.
Un buen auto regalo sería estar conscientes de nuestra propia mortalidad y que por más que negociemos en algún momento falleceremos. Comprenderlo y alambrarlo nos enfocará en el presente y valoraremos más la vida y la compañía de los otros seres amados que siguen a nuestro lado y que el fenecido agradecerá que atendamos y cuidemos.
DEPRESIÓN
El pensamiento de que no será igual sin ese ser amado nos puede sumir en la más profunda angustia, tristeza y depresión. Es una etapa natural porque, ciertamente, sufrimos por lo que amamos. La separación es difícil por lo apegados y acostumbrados que estamos a esas personas.
Deprimirse, por motivo del duelo por la pérdida de un ser querido, es necesario porque es parte del proceso de sanar y cicatrizar la herida o el vacío que deja el ser que se nos adelanta en el camino.
Si la tristeza, sin embargo, detona en una depresión clínica no se deben descartar antidepresivos en consulta con un profesional de la salud mental. Pero es normal que durante semanas sintamos que perdemos interés en las actividades diarias, incluso en comer y asear nuestros cuerpos.
La idea que taladra la mente de no pocas personas es “no vale la pena vivir sin fulano o sutana”. “No tiene sentido lo que hacía porque ya no está”. Se recomienda, como herramienta para paliar la depresión, involucrarse en actividades que distraigan el foco de nuestra atención de la pérdida, como sembrar, hacer manualidades, caminar, correr bicicleta y nadar.
En estos días de vacaciones se recomienda vestirse, arreglarse bien y salir a visitar familiares y amigos, ir a la playa y al cine, recordar que otras personas nos quieren en control de las emociones y si el duelo es prolongado o complicado practicar la dinámica del monólogo frente al espejo que consiste en preguntas de afirmaciones positivas como ¿Me quieres feliz? y cuya respuesta, frente al espejo, será como si la escuchara del ser querido ausente.
ACEPTACIÓN
Es cuando se comprende finalmente que la pérdida es irreparable. El tiempo, tarde o temprano, cicatriza las heridas del vacío. No se deja de recordar a la persona ni tampoco se neutraliza la pena de su muerte. Conozco amigos que han perdido hijos que me dicen que al cabo de 10 o 15 años el vacío, la pena y la congoja perduran. En esta etapa muchas personas ya dejan de antagonizar con Dios y regresan a “casa”, es decir al templo o la congregación que frecuentaban. En esta etapa es recurrente la oración por el difunto con la idea de que más que nuestras lágrimas lo que necesita es la luz de los rezos. La Fe en Dios y sus promesas de resurrección, conforme a la liturgia católica y judeocristiana en general, suele consolar a no pocas personas que albergan la esperanza de un encuentro en el Amor, que en la etapa de la aceptación, como afirmamos arriba, se comprende que es más fuerte que la muerte.

