‘Yo puedo ver y trabajar por mi amigo Carlitos’

Jaime Torres Torres

Periodista independiente

Nos encontramos en la misma fila del supermercado y, aunque no me reconoció, yo sí a él: Carlitos, el muchacho que empacaba las compras en el Coop, allá para 1984.

Yo trabajaba como cajero y empacador para cuadrar la caja como universitario sin recursos financieros cuya beca apenas alcanzaba para pagar matrícula y libros en la IUPI.

Carlitos empacaba y llevaba las compras de los clientes a sus autos y recibía una buena propina.

Los empacadores del turno vespertino acordamos empacar con lentitud para que el joven, que era muy rápido, desempeñara su labor y recibiera su dinerito.

Carlitos apenas articulaba palabras; hablaba muy poco y en ese tiempo no escribía. Era un muchacho supuestamente de educación especial; cuando realmente era un campeón: sus propinas las llevaba a su casa en la comunidad Hong Kong para que sus padres las aprovecharan en lo que necesitaran.

Luego de graduado comencé a trabajar en una emisora y ya no era posible cumplir con los horarios del Coop. Mas seguí frecuentando el supermercado y siempre lo encontraba buscándose los chavitos.

Me arrimaba a la caja registradora donde empacaba, aunque tuviera que esperar, para saludarlo y dejarle una buena propina.

Mi efusivo saludo lo sorprendía; le estrechaba fuerte la mano y lo abrazaba.

Nunca le dije que lo admiraba y que para mí era un héroe porque, a pesar de que este sistema de ‘mierda’ condena al olvido y margina sin oportunidades a las personas con rezago cognitivo, se las buscaba honradamente.

“No sé porqué, pero prefiero estar cerca de personas como este muchacho para validar sus esperanzas en un sistema de desesperanzas”.

Jaime Torres Torres

Este domingo regresé al supermercado y lo encontré. Tenía en sus manos una libra de pan criollo que llevaría a sus padres.

Estreché sus manos y le pregunté si recordaba los años del Coop en que empacaba las compras. Sus ojos tristes brillaron con el gatillo de alguna recóndita memoria.

⁃ ¿Hoy no trabajaste?, pregunté.

⁃ Ya no puedo trabajar porque no veo por el ojo derecho. No veo nada, respondió.

Tragué hondo y disimulé mi tristeza. Le dije que puede contar conmigo; que lo visitaré y que estoy para ayudar a su Familia.

Nunca lo vi tan feliz. Carlitos miraba y olía la propina de mi corazón.

¡Qué contento me sentí los cinco minutos del encuentro! No sé porqué, pero prefiero estar cerca de personas como este muchacho para validar sus esperanzas en un sistema de desesperanzas.

Son las experiencias que más felicidad me provocan. Como Carlitos hay muchos en Puerto Rico. Los encuentras empacando compras, aunque de no pocos lugares los expulsan; en el semáforo a veces vendiendo botellitas de agua y limpiando patios.

Hoy no ve por un ojo y no puede trabajar. Otros no oyen ni hablan; tal vez no caminan; quizá están postrados en cama; confinados a un sillón de ruedas o conectados a un respirador artificial.

Afortunadamente, en el caso que me ocupa, yo puedo ver y trabajar por mi amigo Carlitos… ¿Y tú?

Mi amigo Carlitos.

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