Lola y Lolo se casan

Por Bany Sepúlveda Rivera

Para Prensa sin censura

Fue en meses recientes que fui convidada a la celebración de la boda de unos amigos que llevaban quince años de convivencia y que actualmente viven en Cabo Rojo, Puerto Rico.

Fue una hermosa ceremonia con el Mar Caribe de fondo y una deliciosa decoración natural con el código requerido a los asistentes que establecía el deber de ir todos ataviados de blanco. 

Había un conjunto de cuerdas dando fondo musical a la espiritual ceremonia de corte civil y no religioso. Se respiraba una atmósfera anclada en el afecto familiar y fraternal que reunió una veintena de personas unidas en la voluntad de Lolo y Lola de unirse por siempre. 

La actividad culminó con una inmensa ronda de todos los asistentes bailando al compás de una batucada que imprimía ritmos de sabrosa percusión. Estaban todos enlazados tomándose de la mano con una risa contagiosa y casi infantil como ocurre en el recreo de niños de nivel escolar primario. Casi olía a paleta de chicle y sudor de niños cuando salen de la escuela.

Lola y Lolo son paradigmas de todo lo hermoso que pueden tener dos seres humanos. Participar de su amor de pareja fue una invitación que nos da acceso a la virtud de creer. Comparten su altruismo en todos los sentidos de su carácter. Ambos son una ventana abierta a la lealtad, ecuanimidad, templanza, bondad, libertad, y sentido del humor. Respirar a su lado es una exhortación casi imperativa a atrevernos a amar en una perfecta simbiosis sin perder la libre individualidad.

Al alejarme de esta hermosa experiencia, se me activó una voz interior que me llevó a admirarles aun más de lo que el hermoso brindis derramado entre los dientes del padre de Lola, esbozó con escueta  y acertada profundidad. Y pensé lo siguiente que les presento con total desnudez ante lo que he visto. Para tomar total responsabilidad, cito textualmente lo que se edificó en mis sesos.

“Lola y Lolo, después de 15 años de convivencia, acaban de llevar a cabo un acto de entrega y valentía. Es un acto de compromiso y entrega holística, superlativa. No es por el consabido documento donde imprimieron sus rúbricas, sino por haberlo hecho aun a pesar de tanto lo que las acciones de la raza humana han estampado sobre esta decisión. Ese tipo de alianza ha sido tatuada, tantas veces, con trampas, trompicones y desaciertos. Los que una vez se amaron terminan desconociéndose y queriendo acapararlo todo casi arrancándose las cabezas como se hace a los jueyes antes de confeccionar un salmorejo. Otros terminan compitiendo uno contra el otro como si fueran enemigos en plena batalla por ganar el poder, el control y la extensión territorial. Instalan grifos en el alma del otro que terminan secando la esencia, lo que más vale y deshidratando el espíritu. Echan a un lado la realidad histórica de que todos los imperios caen y que sólo el amor sin barreras todo lo gana aun en las más cruentas adversidades. Y lo que se dio por enamoramiento y entrega, se arranca por hastío con ojos y entrañas incluidos. Otros tantos de sólo expresar un punto de vista contrario, abandonan el nido dando todo por gano desde la entrega del otro. De igual modo he visto unas escasas historias de amor longevo e incondicional; ese afecto que va por encima de la cópula y se funde con pechos caídos, sobrepeso, celulitis, demencias, disfunciones de todo tipo y besos arrugados. Lo he visto escasas veces. También pienso que admiro a Lola y Lolo por atreverse a hacer lo que yo sería incapaz de hacer con nadie en lo que me reste por vivir. 

Casarme sería como ganarme una plancha u olla arrocera como premio de consolación en uno de los extintos programas de juegos del fenecido animador Luis Vigoreaux. 

Reconozco mi pobre factor de riesgo en ese devenir. Amar de modo obtuso, en un matrimonio, no siempre se da como un asunto circunstancial de causa y efecto. En muchas ocasiones existe una tolerancia férrea en virtud del elevado amor paterno y materno que es casi el producto de las tablas de multiplicar apartadas de los factores que forman la ecuación para desembocar en esa tercera criatura. Tendría tanto que atreverme a arriesgar. Por eso admiro la gesta de estos dos seres. Que Dios bendiga su unión por siempre”.

Esto pensé y logré apalabrarlo. 

La boda de Lola y Lolo fue un acto tan sagrado, noble y especial. Porque ambos tenían todo probado con una extensa convivencia de prolíficos resultados. Se han visto abriendo paraguas juntos bajo diluviales aguaceros y tormentas. Porque ambos han probado su prudencia. El compromiso de ambos emerge sin papel, esta vez es solo algo más. Los veo como si estuvieran diciéndose uno al otro: 

“Ya nos conocemos tras bambalinas, ya el archivo de evidencias está a desbordar. Vamos a lanzarnos en este paracaídas común que no nos fallará en el trayecto de amarnos. Porque ya lo sabemos. Seguiremos unidos hasta que la trascendencia nos permita volar juntos. Desde aquí podemos divisar el punto mayor en el horizonte que nos acuna juntos desde ahora hasta siempre”.

Y cada uno se dijo mirándose al mismo centro de sus pupilas: “Nos amamos. Abre un solo paracaídas para los dos, porque nunca te dejaré caer. Nos amamos con el tiempo de la vejez en la nuca. Nos amamos incluida la fuerza de gravedad. Nos amamos en la disparidad y el balance. Nos amamos con todo. Nos amamos con demencias y pañales. Nos amamos con pechos caídos y disfunciones físicas. Nos amamos y luego de amarnos; nos volveremos a amar.”

Entonces, por Lola y Lola vuelvo a creer en el amor, pero no me caso. ¡Alabanza!

Foto/Freepik

 

 

Deja un comentario