JAIME TORRES TORRES
Periodista y Editor
PRENSA SIN CENSURA
Inicia la Cuaresma 2024 con la jerarquía católica silente ante retos pastorales sumamente urgentes e impostergables, como las denuncias de la corrupción gubernamental, la gentrificación, el abusivo y troglodita aumento en las facturas de LUMA, la implosión del Departamento de Educación, la destrucción sistemática de la Universidad de Puerto Rico, la emigración forzada de jóvenes profesionales a Estados Unidos por falta de oportunidades decentes de empleo, con la correspondiente desintegración del núcleo familiar y un largo etcétera, etcétera, etcétera…
La misma jerarquía que, en contubernio, pudiendo ser solidaria con el obispo de Arecibo, Daniel Fernández, se calló y con su silencio pareció, cuando el Papa Francisco lo destituyó, celebrar con eso de ‘A rey muerto, rey puesto’.
Mártir, por la causa de la objeción por conciencia que legitima la Doctrina Social de la Iglesia y la salvaguarda de decidir sobre sus propios cuerpos que le asiste a cada persona e individuo libre. Mártir, cuando advirtió y entregó a sus ovejas relevos contra la vacuna experimental que hoy pasa facturas porque a no pocos condujo al matadero.
La misma jerarquía que no cuestionó al Papa Francisco cuando desde el estado de El Vaticano impusieron la inoculación compulsoria entre los feligreses dizque para paliar la ‘plandemia’ del Covid 19, con el agravante casi cinco años después de centenares de muertos a nivel de las seis diócesis.
Otra Cuaresma, la del 2024, que parece borrón y cuenta nueva, con memoria corta, con panfletismos y anacronismos litúrgicos, como el desgastado acto de contrición “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Acabamos de celebrar la alegría y el gozo de la Natividad, pero ahora entramos en un tiempo litúrgico de culpabilidad. Somos pecadores, lo puedo reconocer. ¡Mas cuidado con el manejo de las emociones desde el altar! En enero tocamos la Gloria, ahora en febrero el abismo.
Como profesional del Neurocoaching, que reconoce el poder de la palabra en la programación neurolingüística, con cada recitación se alambran y realambran en el subconsciente culpas donde posiblemente no las hay porque no pocos fieles, con arrepentimiento sincero, experimentan el perdón del Señor a las faltas del egoísmo y el desamor hacia el prójimo, los verdaderos pecados.
Sin embargo, cuando vemos cómo no avanza la pastoral carcelaria en diócesis como Fajardo-Humacao, cuyo prelado Luis Francisco Miranda Rivera preside la Comisión de Pastoral Carcelaria en la Conferencia Episcopal Puertorriqueña y tiene un penal en su jurisdicción diocesana; cuando observamos lo calladita, con la excepción del obispo Ángel Luis Ríos Matos de Mayagüez, que sigue la Conferencia Episcopal Puertorriqueña ante el pecado social y político del colonialismo y el ultraje imperial y cuando vemos cómo parte del patrimonio histórico eclesial de la Arquidiócesis de San Juan su monseñor Roberto González Nieves lo tuvo que vender pa’ cuadrar las finanzas de su errática administración entonces es fácil identificar quiénes realmente son los culpables.
Ya escucharemos qué los obispos aludidos y los otros -Eusebio Ramos Morales en Caguas, Rubén González Medina en Ponce y Alberto Figueroa Morales en Arecibo- recomendarán a sus feligresías cuando llegue el momento de asumir posturas electorales, como las que en su momento formularon contra Ricardo Rosselló y el respaldo disimulado de 2012 a Alejandro García Padilla.
Es vox populi que el Proyecto Dignidad captura simpatías en las seis diócesis, pero la jerarquía, encabezada por Roberto, en parte es de tendencia popular, razón por la cual tembló el pulso durante el errático gobierno de Alejandro García Padilla [así lo constatamos porque durante ese tiempo dirigimos el periódico de la Conferencia Episcopal].
¿De quién es la culpa? Como pastores, más allá de los viacrucis de Cuaresma y el llamado a la abstinencia, la penitencia y la limosna, para no pocos prácticas cosméticas y de apariencias y también para no pocos poderosas fuentes de gracia, ¿dónde se escucha la voz profética de la jerarquía católica?
¿Acompañan al Pueblo que sufre y se desvela o están pendientes al diezmo diocesano? ¿Cómo pueden atraer a los jóvenes al redil? ¿Cómo se crucificarán con Cristo el 29 de marzo, Viernes Santo? ¿Cómo, si resucitan con el Señor, serán mensajeros de justicia para nuestro Pueblo? ¿Como profetas cómo denunciarán los egoísmos del sistema y los pecados de la corruptela política? ¿Cómo predicarán contra la oligarquía que explota a nuestros jóvenes y en la que no pocos oligarcas, domingo tras domingo, comulgan indignamente a Jesús Sacramentado comulgando su propia condenación?
Como católico, hoy asistimos al templo y caminamos al altar a recibir el sacramental de la bendita ceniza que, contrario a la indiscreta insinuación del cura ante una dama vestida con el color de San Valentín, nunca será roja, a menos que se imponga desde las ensangrentadas manos de un mártir.

