Julia escapó de un feminicidio

Por Bany Sepúlveda Rivera

Era el año 1984. Julia era una joven estudiante del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.

Estaba adscrita a la Facultad de Pedagogía con vocación mayor a la sagrada profesión del magisterio.

Para poder pagar su preparación profesional, había decidido ser sirvienta durante el día y asignar sus horarios como estudiante en las noches y los sábados. Una que otra vez, asistía a la escuela superior para lavar los carros de quienes fueron sus maestros.

De ese modo podía sustentar la necesidad de alimentos para ella y su hija de dos años de edad.

Estaba sometida al extremo y cruel maltrato del padre de su hija, quien era un adicto a la heroína inyectable. Su abuso de esta sustancia lo llevaba hasta el punto de caer rendido por convulsiones elevadas en su manifestación física y esputando espuma por la boca hasta caer inconsciente. Cuando salía de ese deplorable estado, arremetía ferozmente contra ella. Casi siempre ella terminaba en alguna sala de emergencias para recibir asistencia médica.

Ella sentía terror de tomar la decisión que para cualquiera hubiera parecido simple como una ecuación perfecta de causa y efecto.

Dentro de tanta desacertada circunstancia, Julia tenía la bendición de vivir muy cerca del recinto universitario que le daba vida a sus sesos ante tanto oprobio. Ella sentía que cada clase que tomaba le acercaba a la independencia personal y la alejaba de su opresor. Estaba matriculada en el curso de Fundamentos Sicológicos de la Educación. Era la Profesora Ana Delgia Alvarado quien dictaba su cátedra y ella disfrutaba asistir a esa clase cada sábado en horario matutino.

Junto a esto, había comenzado a recibir tratamiento de la misma profesora. Era un valiosísimo proceso de levantar sus alas y echarse a volar en la angosta oficina de su profesora. Era tan libre allí, anclada a lo que su inteligencia y el conocimiento podrían guardar para ella.

Hubo un momento en que estuvo a solas con su hija en su casa porque su agresor llevaba tres días punzándose las venas y no había regresado. Le habían asignado estudiar para un examen de los marcos teóricos de la psicología educativa. Estaba lista. Era extenso y complicado el contenido y había tomado esos tres días para obtener la mágica ganancia del saber que le haría aprobar el examen asignado.

Iba caminando feliz hacia la universidad y decidida a probarse en su capacidad para vencer desde el delicioso sabor de nuevos saberes. Cuando iba llegando a La Frutera de Capetillo, de modo inusitado, apareció su agresor tambaleante sobre sus piernas. Ella apretó entre sus dedos los mangos de su mochila azul. Una sensación de terror levantaba la vellosidad de sus brazos jóvenes.

Tenía apenas 19 años de edad y llevaba 3 años casada legalmente con aquella bestia de impresionante estatura. Sin mediar más que un diccionario entero de improperios y palabras soeces, el hombre se abalanzó sobre su frágil estructura. Lanzó a la acera contraria, su mochila azul que evocaba su frágil fisiología de cuando fue estudiante de escuela primaria. El olor fétido a fruta podrida llenaba el ambiente como un perfecto escenario a lo que allí ocurría. La desnutrición y el cansancio de la violencia marital, la hacían lucir empequeñecida en aquel hábitat de huesos y piel. Fue una violenta embestida que le hizo sangrar sus labios.

Los rasguños en el cuello le tatuaron una labranza de sangre que brotaba intensamente manchando su camisa. De la manera que pudo, se puso en pie y cruzó la calle para tomar partido de su mochila azul, sus lápices y sus cuadernos. Al levantar la vista, vio a su agresor frente a sí. Se le llenó el pecho de ira, por su historia y por sus flaquezas y mirándolo directamente al centro de sus pupilas le gritó con un aullido gutural: “En verdad… En verdad os digo que voy por mi 100%. Cada día que pasa estoy más cerca de mi ser y más lejos de ti. Verás que voy a vencer”.

Y de este modo se dirigió a tomar su examen, oprimiendo su camiseta sobre sus labios y cuello para detener el audaz corrimiento de sangre.

Al llegar a su clases, su profesora, que sabía lo que oprimía su alma, le dijo: “Julia, no podrás tomar este examen en esas condiciones. Ve al baño y espérame en mi oficina” [Le dio las llaves que Julia le devolvió en el instante.]

Julia le respondió con total convicción: “Profesora, me voy a lavar la cara y a buscar papel para controlar mi sangrado. He estudiado mucho para este examen. No he tenido descanso por casi tres días y noches y estoy lista. Tengo que aprovechar que hoy tengo memoria. Mañana no sé si será así. Necesito tomar esta prueba porque será vital en mi vida. Regreso ahora.”

Así hizo. Fue al baño y regresó con papel secante oprimiendo sus heridas. Se le hizo fácil cada respuesta de la prueba. Aprovechó y contestó también el bono que era de contenido Piageteno. Fue tan sabia y audaz, la Profesora Alvarado, que decidió corregir su prueba en el mismo instante en que Julia la terminó. Entonces, sabiamente le susurró en el oído: “Julia, has tenido un examen excelente. Obtuviste 100% y perfecto en tu bono de 10 puntos. Tu puntuación es 110.”

Entonces, Julia, todavía oprimiendo los surcos sangrantes de su cuerpo y ahogada en un profundo llanto de esperanza, valor, autovaloración y virtud, con un grito gutural inentendido por sus compañeros dijo: “Profesora, gracias por todo y tanto. En verdad… en verdad os digo que desde hoy mismo, voy por mi 100% en mi vida”.

Y salió de su clase hacia la Casa Protegida Julia de Burgos”. Y allí logró salvarse.

Esta verdad le ha acompañado desde siempre. Camina su profesorado sembrando en otros lo que fue instalado en su joven alma igual.

Ha sido alegórico en sus adentros de igual modo que en algún tiempo le fueron instalados en su piel los surcos de sangre por los puños cerrados de su bestial agresor. Aún hoy le resuena en la memoria y en su ser interior, aquella declaración que le ha permitido vencer en el examen de la vida: “En verdad, en verdad os digo…”

¿Y tú… ¿En dónde precisas creer que tu 100% es posible?

“En verdad, en verdad os digo que te espera tu 100%”. Solo tienes que creerlo. Siempre vas a poder, siempre. CRÉELO.

Foto/Freepik

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