Divertida puesta en escena, pero El Cantante es mucho más que un pase de cocaína

Texto y fotos

JAIME TORRES TORRES

Periodista y Editor

PRENSA SIN CENSURA

En el día del aniversario 77 del natalicio de Héctor Juan Pérez Martínez regresó al Centro de Bellas Artes el musical “¿Quién mató a Héctor Lavoe?”, protagonizado por Raúl Carbonell y un elenco de primerísimos talentos puertorriqueños.

Fue, a juicio de este cronista musical, una iniciativa consciente más que una coincidencia el tributo en Puerto Rico a la memoria del Cantante más trascendental de la salsa.

El texto del director Pablo Cabrera para el musical estrenado “off Broadway” en 2000 con el rol protagónico de Domingo Quiñones, 23 años después apela a la carcajada fácil por la cantidad de palabras impublicables y frases soeces que son parte del libreto, como un resorte para tornar más llevadera la tragedia de Lavoe, fallecido en 1993 a la edad de 46 años.

Pero como lo escrito, escrito está, la gente que presenció el musical con Domingo tanto en Nueva York como cuando Rafo Muñiz lo presentó en la Sala de Teatro René Marqués del CBA sabía qué esperar de la puesta en escena de Alexandra LLC, cuyo director es precisamente su protagonista Raúl Carbonell.

Por primera vez en la Sala de Festivales, la producción logró su cometido: brindar una experiencia de entretenimiento muy divertida un sábado por la noche a ritmo de salsa.

En ese sentido, coreógrafos, luminotécnicos, histriones, bailarines, coristas y músicos regalaron una nostálgica función que se repetirá hoy domingo en la Sala de Festivales además de funciones en el Teatro Yagüez de Mayagüez el 7 y 8 de octubre, en el Centro de Bellas Artes de Humacao el 21 y con una última función en San Juan el 27 del corriente.

El pianista Isidro Infante dirige el quinteto que integran el trombonista Eliud Cintrón, que también representa el personaje del maestro Willie Colón, el bajista Efraín Hernández, el bongocero Edwin Clemente y el conguero Antonio Marrero, sin olvidar la breve intervención de Juan Nieves en el cuatro.

Hay tres coristas que de igual forma brillan como bailarines y actores: Michael Stuart, Víctor Santiago y Luis Obed Vázquez.

En el marco del famoso club El Corso y en otros escenarios, como el Meadowlands Arena en Nueva Jersey, se desarrolla la historia en que texto y música se complementan gracias a la experiencia de Carbonell en las tablas tanto como actor como cantante de salsa. Por algo la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York reconoció con altos honores su participación en la obra musical.

Menos rígido que Domingo Quiñones, Carbonell, que también lo caracterizó en la inconclusa película “Lavoe: A Untold Story” de Anthony Felton, proyecta con bastante naturalidad, sobre todo al caminar, al mítico personaje de la salsa.

“Paraíso de dulzura”, “Triste y vacía”, “Piraña”, “Todo tiene su final”, “La Murga”, el bolero “Tus ojos”, “Periódico de ayer”, “Hacha y machete”, “Mi gente”, “El rey de la puntualidad”, “Felices horas”, “El Todopoderoso”, “Que bien te ves” y “La fama” se escuchan, no necesariamente en el orden detallado, como complemento al drama, ocasionalmente con visos de comedia, pero ya al final como una conmovedora tragedia por la representación de la accidental muerte de su hijo, el posterior intento de suicidio del Cantante hasta su fallecimiento en un hospital de Nueva York flagelado por una enfermedad incurable.

En Michael Stuart, Denise Quiñones y el resto del elenco descansa la pluralidad de personajes de la vida real, como Johnny Pacheco, Ismael Miranda, Puchie, la esposa de Héctor, su padre Luis Pérez, su hijo Héctor Jr., su hermana Priscilla y Willie Colón, a quien personifica con precisión el trombonista Eliud Cintrón, pero que musicalmente en comparación con el trabajo de Reinaldo Jorge bajo la dirección de Oscar Hernández necesita más ensayo y eso lo pudiera reconocer muy bien el maestro Isidro Infante y el propio director Carbonell.

¿Quién mató a Héctor Lavoe? Esa es la pregunta que halla y no halla respuesta 23 años después de su estreno en Nueva York. Según el texto de Pablo Cabrera, se infiere que la cocaína y la heroína. También los magnates de la industria musical que explotaron a El Cantante hasta el final de sus días, exhibiéndolo sin escrúpulos en conciertos en que no podía cantar, como el de las Estrellas de Fania en el Meadowlands el 2 de septiembre de 1990.

30 años transcurridos de su muerte, el 29 de junio de 1993, y 77 años después de su nacimiento, ya es hora de que se pase la página de su adicción a las drogas y se resalte más su contribución a la música como embajador de la cultura popular.

Un buen escritor y director no depende del morbo y las palabras ofensivas para abarrotar una sala. Si sobran sapiencia e imaginación asume el reto.

El respeto a la memoria de Héctor Juan Pérez Martínez merece otro texto y exige un nuevo libreto que, sin obviar la lucha contra sus demonios, devele su verdadero perfil: el del buen amigo, tipo sencillo y bonachón, polifacético artista y puertorriqueño cabal de férrea identidad.

Al menos, para que las próximas generaciones conozcan al mito y la leyenda, contrario a la dolorosa y ofensiva mueca del drogadicto que el teatro y el séptimo arte se empeñan en generalizar y perpetuar porque El Cantante es mucho más que un pase de cocaína.

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